jueves, 8 de diciembre de 2022

¿Estuvo Grace Kelly en Salou?

ADVERTENCIA: los hechos que se narran a continuación podrían herir la sensibilidad de alguien.


Hace unos días, en una de esas agradables sobremesas entre amigos que te refuerzan  las ganas de vivir,  nos contó uno la escena que vio y que le dejó impactado hace muchos años. Tan divertida me pareció la anécdota, que pensé que sería bueno compartirla  para que más gente pudiera disfrutar de ella. Así que, ahí va: 

Sería a mediados de los 80. Estaba el hombre veraneando en Salou y como de costumbre, después de un chapuzón, paseaba por la orilla de la playa disfrutando del relajante efecto de la arena mojada bajo los pies. Antes de dar la vuelta, donde empiezan las rocas húmedas e irregulares que forman el espigón que separa la playa del puerto deportivo, vio a un par de chiquillos jugando por allí. El más pequeño, que tendría cuatro o cinco años, se encaramaba en cueros por aquellos riscos mientras su hermana, del parentesco se enteraría enseguida, más modosita, hacía surcos en la arena con una pala. Una estampa playera de lo más convencional, vaya. A pocos metros, bajo una sombrilla y con un churumbel agarrado a una teta, estaba sentada la que sería la madre de las criaturas que, con voz acorde a su generosa constitución, gritó:

«¡Gracekelly, Gracekelly! ¡Saca a tu hermano de ahí que se va a desollar los huevos!»

(Hay que puntualizar aquí que el glamuroso y peculiar  nombre de la niña,  fue pronunciado con arreglo a las normas estrictamente castellanas. Con todas las letras).

Pocas veces las ínfulas principescas y el desparpajo más popular habrán fusionado de manera tan graciosa y contundente, no os parece. 



O sea que sí, Grace Kelly estuvo en Salou.


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sábado, 8 de octubre de 2022

Díxame pescá con tú

Si  me hubieran dicho hace tan solo tres meses que me iba a leer una novela escrita en aragonés, así, sin rechistar y sin que nadie me lo mandara, seguramente habría puesto cara de "qué me estás contando". Pero ya sabéis cómo va esto, más vale no decir de esta agua no beberé, porque fácil que al poco estés bebiendo de esa misma, pero a morro.  Pues eso, que no solo acabo de leerme la novela del título, sino que la he disfrutado de principio a fin y, ojo, ¡sin haber tenido que mirar ni una sola vez el diccionario! 

Y os preguntaréis y sino es  igual porque os lo voy a contar de todas formas qué  bicho me ha picado para haberme hecho cambiar así de rumbo. Pues uno de buen tamaño, más grande que yo, al que me arrimé este verano junto a la plaza de toros de Barbastro. Estábamos dándole al jamón y al pan con tomate en un picoteo que se había organizado con motivo del festival BFOTO y empezamos a charrar de una cosa y otra. Entre el vino del somontano, la buena noche que hacía y varias aficiones que vimos que teníamos en común, congeniamos enseguida. 

Así que al día siguiente, rechirando por internet, me encontré con varios escritos de Chuan de Fonz, que es el nombre artístico que Juan Carlos Marco me dijo que empleaba para estos menesteres y, ahí empezó todo. Este Chuan es un fenómeno. Tiene una gracia especial para contar historias realmente divertidas, en las que el uso del aragonés es un elemento fundamental.  Para mi, que nunca me había interesado mucho por esto de las lenguas autóctonas, fue como una revelación.

Y es que leyendo los textos de Chuan me he dado cuenta de la cantidad de modismos aragoneses que reconozco como propios, o al menos me resultan muy familiares, porque los he oído a mi padre, a mis abuelos,  que eran de La Fueva, o a los de mis amigos que eran de Olsón, de Abizanda, de Estada,... Incluso mi madre o mi abuelo Domingo que eran nacidos en Barbastro, usaban también muchas de esas expresiones que hoy sigo usando.  No sé si quien no haya vivido por estas redoladas  entenderá tan fácilmente esta fabla, pero por probar poco perdéis, porque si sí, que casi seguro que sí, ya tos digo yo que tos ferá gozo.

Esta es la novela de Juan Carlos Marco que obtuvo el  Premio de Novela Corta en Aragónes Ziudá de Balbastro en 2018.  Me ha encantado. Aunque el título pudiera hacer pensar a alguien que se trata de un cuentito simple sin demasiado enjundia, de eso nada, es una novela moderna, bien estructurada y con mucha miga. Trata sobre un joven estudiante alemán que en los años 60 se traslada a un pueblo de la baja Ribagorza, donde, aparte de estudiar la lengua propia del lugar, en la que está escrita la propia novela, se enamora de una moza de armas tomar. Las vicisitudes que atraviesan a lo largo de toda su vida sirven para tejer esta emotiva historia sobre la familia, el amor, la amistad que mantiene el interés hasta el final. Y lo bueno es que el aragonés en que está escrita enriquece mucho la propia obra. De alguna manera, el acerbo cultural de las gentes que habitaron estos territorios, que son los nuestros, continua vivo en esas palabras, y seguirá vivo mientras haya quien siga hablando, escribiendo o leyendo estas lenguas. Pero lo mejor de todo es que no hay que esforzarse, solo hay que abrir el libro y empezar a pasarlo bien.






viernes, 29 de julio de 2022

Perdición

El otro día vi por ahí un mensaje que me pareció muy esclarecedor:

 "Cuando los teléfonos estaban sujetos a un cable, el ser humano era libre".

Probablemente, acabada de leer esta frase, levantaría la mirada de mi móvil y vería al resto de mi familia en la misma posición que yo: ensimismado cada uno en su pantallita. Y puede que en ese momento me dieran ganas de estampar el teléfono contra el suelo, patearlo como un loco y fumarme acto seguido un cigarro tranquilamente despatarrado en el salón de casa. 

Pero como soy una persona formal y pacífica, y hace más de veinte años que dejé el tabaco, me contuve, respiré  y dejé correr el asunto.  Y me conformé con preguntarme en qué momento de la historia de la telefonía se empezó a torcer todo. Y  entonces me acordé de aquella anécdota del contestador automático, quizá el inicio de todo esto, que ya conté hace años pero que creo vale la pena recuperar ahora. Ahí va.

Sería a principios de los 90, cuando los móviles no existían ni en las pelis de James Bond. Había puesto mi  piso del pueblo en alquiler y en el anuncio figuraba el  teléfono fijo que tenía allí, claro, y como entonces no estaba mucho por casa me hice con un contestador automático, que era un aparato que había que enchufar al teléfono si querías que la gente pudiera dejarte un mensaje cuando no estabas. Qué cosas, verdad. 


Contestador automático de los años 90. Así como los modelos anteriores grababan en cintas de cassette, estos ya no necesitaban  soportes magnéticos. 


El caso es que tras varios días sin aparecer por el pueblo nos acercamos mi amigo Joaquín y yo a ver si había alguna llamada interesándose por lo del piso. Le dimos al "play" y escuchamos las grabaciones. Había bastantes. Muchas sin interés. Pero la que nos hizo reír  y nos conmovió al mismo tiempo y hoy todavía recordamos bastante a menudo, es la que intentaré transcribir a continuación:

— Click

— Este es el contestador automático del 97431... , si quiere dejar algún mensaje hágalo después de la señal. (Esto es lo que oiría más o menos la persona que dejó el mensaje)

— 

— 

—  piiiiiiiip (la señal)

— 

—  Cloing-Cloing (ruido de monedas tragadas por el aparato de una cabina telefónica)

—  ¡! (Alboroto que denota dos o tres mujeres dentro de la cabina)

—  ¡Oigaaaa! (Con voz suplicante y un tanto descompuesta)

—  ¡pero no ves que no hay nadie, Paqui, que es un contestador de esos! (La que asesora a Paqui por detrás)

—  ¡Hostia puta, pues se me ha tragao una moneda de 500!

—  ¿Que has echao cien duros? ¿No tenías na más pequeño o qué?

—  ¡No, no tenía otra cosa joder! (aumenta el alboroto en el hábitáculo)

—  ¡Pues dí algo Paqui!

—  ¡Qué voy a decir...no ves que es una máquina!

—  ¡Ayyyyyyyyy! (Voz lastimera, casi un llanto)

—  ¡Esto es la perdición del ser humano! (con la misma voz lastimera)

—  click

— 

—  tu tu tu tu tu.. (Han colgado el teléfono)

Desde aquel día, la última frase de Paqui se ha convertido para mi amigo Joaquín y yo en un comodín que usamos habitualmente y que cuando estamos juntos surge al unísono cuando nos topamos con cualquiera de los múltiples desatinos que lleva aparejados el vertiginoso progreso tecnológico en el que  intentamos sobrevivir día a día.

¡Ay Paqui! ¡Cuántas veces nos hemos acordado de ti!  

martes, 12 de julio de 2022

La fábrica de sueños

Mi abuelo era carpintero. Y la primera gran decepción que se llevó conmigo, el hijo mayor de su única hija, debió de ser el día que le dije, siendo yo un crío todavía, que era alérgico a la madera. Naturalmente ningún médico me había diagnosticado de tal dolencia.  En realidad lo que me pasaba era que me  incomodaba enormemente aquel ambiente siempre lleno de polvo de serrín, el ruido de las máquinas y sobre todo, aquel tacto áspero de la madera seca de haya. Si hubiera sido pino, con su fragante aroma a montaña, pero no, era haya seca. Y yo era así de repelente y tiquismiquis de chaval. 

Años 30. El taller de mi abuelo, Domingo Puertas, en su primera época. En las facturas figuraba como ”Fábrica”. Él es el de la izquierda, con chaleco. Su hermano Cándido es el otro con la misma prenda. Los dos que recogen mangos del suelo eran de relleno, para aparentar. Ya funcionaba el márketing por aquél entonces.

Total que el pobre hombre vio claramente que su ojito derecho no tenía ninguna intención de seguir con el negocio familiar. A pesar de esa perspectiva poco halagüeña, seguí siendo su nieto favorito. Y yo continué frecuentando el taller, así lo llamábamos siempre, para cualquier cosa que no fuera trabajar, porque entonces, claro está, aparecía mi supuesta alergia.


Lo bueno del taller era que cuando las máquinas dejaban de atronar y el polvo del serrín se había asolado, se convertía en el lugar perfecto  para idear o construir cualquier cosa. Había montones de herramientas de todo tipo y maderas de todas las formas y tamaños. ¡Incluso había listones y tablas de pino! Con una de aquellas tablas recorté la caja de la guitarra eléctrica con la que actuamos aquel día de la foto. Debía de ser el año 1980. Desde luego aquello no era la obra de un luthier, pero funcionaba y no desentonaba demasiado. Y la había hecho yo, lo que me llenaba de orgullo y satisfacción.


Grupo actuacion lit.jpg
1980. Nuestra primera y única actuación. Una carrera breve pero intensa. De izquierda a derecha: Pepe Canut, Carlos Lueza, Jesús Gracia, yo con mi guitarra casera de color naranja y Juan Carlos Lalueza. 


Otro de los logros salidos de aquel lugar y quizá el que más éxito tuvo fue una bola de espejos, como las que había entonces en las discotecas. En el taller, que también era cristalería y tienda de enmarcaciones, ramas del negocio en las que sí me impliqué durante las vacaciones y demás, había material de sobra. Lo único que necesitábamos era una esfera sobre la que pegar los cuadraditos de espejo que íbamos recortando. Lo más apropiado que encontramos fue un tipo de pelota de plástico que había en aquella época que era hueca y sin presión. Como pelota para jugar era bastante mala porque le dabas dos patadas y se abollaba, pero para nuestro propósito era ideal, pues podías agujerearla (para colgarla del techo) y pesaba poco. La compramos en "El Barato", junto con su cubo, su pala y su rastrillo. Era el kit completo o nada.


En el garito que teníamos en la falsa de la casa de Jorge Pascau funcionó durante varios años y con notable éxito la famosa bola de espejos. ¡Qué guateques montábamos!


Mi padre también trabajaba en el taller, más por las circunstancias, se casó con la hija de mi abuelo, que por vocación de ebanista. Porque él era tratante, oficio que aprendió de su padre, mi abuelo Antonio,  en sus años jóvenes en La Fueva. Su querencia por el asunto le hizo reconvertir el negocio, tras la muerte de mi abuelo, en una compraventa de antigüedades, mueble rústico y restauración. A este último asunto se acabó dedicando mi hermano, que tenía, y tiene,  buenas manos para la madera.


Como es natural, mi padre quiso imbuir en su primogénito aquel espíritu negociante que él tenía. Desgraciadamente también a él lo decepcioné. Por si el hombre no se había dado cuenta de mis escasas aptitudes para el trato, el gitano Pedro se lo dejó bien claro una calurosa tarde de verano.  A regañadientes, acompañé a mi padre a ver algún mueble que el otro quería enseñarle. Nada más verme y tras presentarme mi padre, sentenció: "Este chico no tiene mordiente". Aquellas palabras debieron de caer como una losa sobre  las expectativas de mi progenitor. Yo en aquel momento, aunque entendí perfectamente lo que significaban, no me di cuenta de su verdadero alcance: mi futuro como emprendedor, mucho antes de que se pusiera de moda tal palabra, era nulo. Y así lo confirmaron los años. Jamás he sido capaz de montar ningún tipo de negocio por mi cuenta. No todos valemos para empresarios. Qué se le va a hacer. Pero eso sí, que me quiten lo vivido… y lo soñado aquellos años.



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martes, 21 de junio de 2022

Verano del 76

Este relato de "humor hiper breve", que presenté con escaso éxito al concurso con ese nombre que se convocó en mi pueblo hace unos meses, cuenta una anécdota estrictamente real que viví a mediados de los 70 en un pueblecito del pirineo donde pasaba unos días con mi abuelo. Puede que no sea gran cosa, pero al menos breve, sí es.


Era una bochornosa tarde de agosto.  Con catorce años, algo de sobrepeso y una clara propensión a la vagancia, todavía no había caído yo en el vicio de la siesta, por lo que a esa hora solía dedicarme a holgazanear por las calles del pueblo donde veraneaba. En eso estaba cuando  vi a una parejita en los veladores de la plaza a la que servían dos cocacolas en dos vasos altos rebosantes de hielo y limón.  El chisporroteante sonido, la melena rubia de ella y millones de dólares en publicidad, causaron un efecto fulminante  en mi córtex cerebral. —80 pesetas, —oí decir al camarero. «Con 150 que tengo me da para 3, pero si…».  Creyéndome dotado de una inteligencia superior, crucé la calle y entré en la única tienda que había por allí. 13 pesetas la botella. «Jajaja. ¡Qué chollo!» —me dije. Al salir, exultante, noté que la temperatura del refresco, que no había pasado por la nevera, claro, no era la óptima, pero bah, tampoco había que ser tan exquisito.



Me refugié del sol en el patio de al lado dispuesto a saciar mi sed cuando me percaté de que me faltaba algo. Aunque no se me daban mal las cuentas, está claro que no era el típico chaval avispado, con recursos para todo, así que no vi otra opción que comprar un abrebotellas. Con mi cocacola cada vez más recalentada metida en un bolsillo de mis jeans de tergal volví a la tienda. Por suerte tenían abridores, aunque… solo de un modelo grabado en relieve y policromado en el que se podía leer "Recuerdo de Ordesa". —No, no hace falta que lo envuelva para regalo, gracias, —dije. 120 pesetas me costó la broma. Mientras apuraba a la fuerza aquel brebaje tibio, apesadumbrado por el estrepitoso fracaso de mi plan, los de la pareja de antes seguían en la terraza riendo tan felices, ajenos al papel que habían representado en la pequeña tragicomedia que acababa de protagonizar, cuyo guion, con alguna pequeña variante, repetiría tantas veces a lo largo de mi vida.


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viernes, 6 de mayo de 2022

Cumpleaños feliz

Todos los cumpleaños felices se parecen, pero, los que salen raros, aun siendo felices, lo son cada uno a su manera. 

Yo los cumplo hacia mitad de abril. Estaréis de acuerdo conmigo en que la cosa no puede ser más irrelevante, y más si me conocéis y sabéis lo poco dado que soy a celebrar estas efemérides (no suelo felicitar a nadie en los grupos de wasap ni en el facebook, por ejemplo, salvo en círculos muy íntimos).  Lo único "destacable" esta  vez es que la cifra era de las redondas, por lo que habiendo nacido en la década de los 60... podéis haceros una idea. (No oculto mi edad, pero en esto sigo la política de mi madre, que no quiso que en su esquela figuraran los años que tenía, sino su fecha de nacimiento: «Quien quiera saberlo, que  haga cuentas» decía. Tenía estas cosas. Y yo también, como se ve).


El caso es que dado lo singular de la cifra, el día "D" habíamos organizado una comida campestre en una huerta a las afueras de Barbastro  en la que nos juntamos toda la familia —poco más de una docena, hermanos, cuñadas y sobrinos incluidos—.  Estuvo muy bien, la verdad, y me di por homenajeado más que de sobras. Pero es que, además, el sábado, ya de vuelta en Zaragoza, un amigo cubano que cumplía los mismos años que yo había preparado una fiesta con música en vivo a la que asistimos del orden de 40 invitados ataviados al modo caribeño. Aparte de comer, beber y bailar como hacía años, también me uní a la banda con guitarra y micro, por lo que disfruté aquella noche tanto como el propio interesado. Fue espectacular. 

Así que, colmado ya de celebraciones cumpleañeras, encaré la semana siguiente con ánimo de volver a la siempre reparadora rutina diaria.  Aunque me quedaba un asunto por resolver. Y es que el fin de semana siguiente, el de San Jorge, la gente de  mi coro  había organizado un "retiro" en una casa rural con actividades varias, culturales, gastronómicas, musicales, etc. que fue un éxito y al que me hubiera apuntado de buena gana. Lo más extraño de todo fue la razón por la que no fui:  mi mujer, que suele ser la que me anima a estas cosas, me convenció esta vez de que un día tan señalado en el que nos gusta pasear por Independencia ojeando  libros y comprando alguno antes de echar el vermú, no sería lo mismo si yo no estaba. Este chantaje emocional, que quizá a alguna pareja le podrá parecer normal, era desde luego algo completamente inusual en la mía, pero como soy bastante fácil de camelar, aunque un pelín contrariado, no le di muchas vueltas y me excusé como buenamente pude con los del coro.

Pero mi candidez va mucho mas allá. No contento con tragarme lo del paseo romántico entre libros, va un amigo, me llama y me dice que me cede una invitación para dos menús en el restaurante del parque deportivo Ebro para el mismo día de San Jorge. Que le han tocado en un sorteo del Heraldo, al que están suscritos sus padres, y que no pueden ir ni él, ni nadie de su familia por no sé que cantidad de excusas peregrinas que me creí con naturalidad, hasta el fondo. Así de inocentón es uno. Lógicamente cuando se lo comenté a mi mujer, la cabecilla de la trama,  le pareció fenomenal. A mi no es que me hiciera mucha gracia eso de tener que coger el coche para ir a un restaurante que no tiene nada de glamuroso, con la cantidad de sitios coquetos que hay en Zaragoza. De hecho, me pareció un poco extraño, para un periódico con esa solera, pero lo achaqué al declive de la prensa escrita: «El Heraldo ya no es lo que era» me dije.

La mañana del 23 salió desapacible y fría. Y con pintas de que iba a ir empeorando. «¿No te coges algo más de abrigo? —me dijo mi mujer al salir de casa. —Para qué. Total, dentro del comedor tampoco creo que haga falta y en cuanto acabemos nos volvemos a casa». Cuando llegamos al aparcamiento se veían varios grupos en la zona de barbacoas. «Pobre gente, vaya día han elegido para comer al aire libre», pensé en voz alta mientras mi mujer mantenía el tipo sin pestañear. Al acercarnos a la puerta del bar me pareció ver a alguien conocido. «No es posible». Pero sí. Allí estaban todos, o casi: mis amigos del trabajo, el que me pasó las invitaciones que no podía aprovechar, los de la sección barbastrense en Zaragoza, gran parte del grupo "caribeño"... En fin. Una auténtica y multitudinaria fiesta sorpresa que no me esperaba en absoluto. A pesar de que hizo un día malísimo, la lluvia nos respetó hasta que acabamos la tarta. Creo que desde mi primera comunión no había tenido tanto regalo. Hasta algún discurso en verso me prepararon. Fue todo muy emocionante. 

Lo que no pudimos fue rematar la faena cantando y guitarreando como estaba previsto  —habían traído instrumentos y  todo— porque la carpa donde nos refugiamos cuando empezó a llover estaba abarrotada y no reunía condiciones.  Total que poco a poco se fue marchando la gente y los últimos nos animamos a seguir la fiesta en casa. Eso de dejar las guitarras sin desenfundar, no lo veíamos muy decoroso. Así que, gintonic va, gintonic viene, estuvimos un buen rato rememorando los 80. Lo pasamos genial. Tan relajados estábamos que el virus se unió también al jolgorio y nos pilló a tres de siete. Afortunadamente, después de una semana de trancazo, medio confinados, con mascarilla y todo eso, parece que hemos salido de esta. 

Lo del cumpleaños estuvo muy bien. No me puedo quejar. Aunque no me vendría mal un mes de mayo más tranquilito. Sin sobresaltos. Que también ahí está la felicidad.


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lunes, 18 de abril de 2022

Compartimento nº 6

Es curioso, pero en poco más de un mes he visto en sala grande tres películas que probablemente no me habrían llamado la atención en condiciones, digamos, normales. La primera fue Licorice pizza, de la que ya hablé aquí en su día. Al poco fui a ver La peor persona del mundo, que también me encantó y de la que hice una pequeña reseña en mi facebook. Por último, hace una semana, me senté delante de la más improbable de todas, Compartimento nº 6: una cinta finlandesa en versión original (en ruso) subtitulada en español. Entendéis ahora lo de improbable, ¿no? Pero a uno que es así de rata, la simple palabra gratis, puede ayudarle a superar casi cualquier prejuicio en cuanto a gustos cinematográficos. 

Las dos invitaciones al preestreno de la película le habían tocado por sorteo a un amigo que estaba de viaje ese día y no podía aprovecharlas. Así que a las 8 de la tarde estaba en el Aragonia como un clavo. Estábamos, porque, y esto fue casi más sorprendente a la vez que un incentivo extra,  me acompañó mi hijo pequeño, tampoco muy habitual de estas sesiones "para cinéfilos".  Pues bien. No voy a darle más intriga a esto:  la película nos gustó mucho a los dos. Podría esgrimir varias razones para este veredicto unánime: la forma de rodar los primeros planos, en los que el fondo se difumina casi hasta desaparecer,  el ambiente opresivo y frío de ese viaje en tren por el norte de Rusia, la veracidad que transmiten los desconocidos protagonistas, la trama en sí... Todo esto contribuye a que esta sea una película muy interesante. Pero es que, además, tiene el don de poner de manifiesto de una forma y en un ámbito muy oportunos, uno de los mayores males de la humanidad desde el origen de los tiempos: el de los prejuicios.

Aparte de mi recomendación, el Gran Premio del Jurado de Cannes y  otros premios avalan esta película.


Y lo difícil que es librarse de esta lacra. Veréis.  Unos días antes iba yo en el tranvía rumbo a una sesión de ensayo con mi coro. Preparábamos una conocida y hermosa canción en favor de la paz en el mundo. Repasando aquellas estrofas tan llenas de amor me encontraba yo cuando vi entrar a un chaval con pintas un poco extrañas, para mis rancios gustos, claro: chándal varias tallas más grande de lo necesario, capucha puesta y una lata abierta de Monster en la mano de la que daba sorbos cada poco rato. «Vaya, no se habrá enterado este de que no se puede comer ni beber en el transporte público —pensé inmediatamente torciendo el morro— ¡Qué paciencia hay que tener». Para colmo el tío se despatarró en el asiento individual que tenía justo frente a mi al otro lado del pasillo. «Lo que faltaba, como si estuviera en su casa». Así fue llenándose el tranvía mientras yo seguía ensimismado refunfuñando para mis adentros. En un momento dado veo que el chico se levanta y le cede el sitio a una señora mayor que acababa de entrar y a la que yo no había prestado atención, absorto como estaba en mis cosas. Fue un zasca en toda la boca con la mano abierta. Como la bofetada de Will Smith, pero con motivos.

Pues bueno, en esta película se habla de esto mismo pero con mayor gracia y profundidad. O sea que si encontráis a mano alguna sala donde la echen, que no será muy fácil, id a verla. Si no, siempre os quedará la 2, donde la pondrán seguramente en unos meses.

jueves, 31 de marzo de 2022

Lo improbable

El adjetivo improbable puede tener dos significados: algo que es muy difícil que ocurra o algo que no se puede probar. Que cada cuál elija el que conviene más a este increíble caso. Yo lo tengo muy claro.

Veréis. Resulta que la fiscalía ha archivado la investigación del "presunto" amaño en algunas  oposiciones a funcionarios del ayuntamiento de Zaragoza entre otras razones porque  “si bien se aprecian las anomalías apuntadas en las preguntas formuladas, podría tratarse de omisiones involuntarias". No sé si para llegar a esta conclusión se habrán molestado en estimar qué probabilidad había de que en vez de un amaño planificado se tratase de unos simples errores involuntarios. Yo sí. Una entre 43 millones. 

Ejemplo ficticio del "presunto marcaje". ¿Una omisión involuntaria? ¿En 8 preguntas del mismo tema en un examen?

Otra de las sorprendentes "razones" que aduce la fiscalía para no investigar el asunto es que  "sería de gran dificultad identificar a los posibles responsables ya que “en cada tribunal hay seis personas, distintas en cada caso”. Elemental, mi querido Watson. Ente tantísimos sospechosos, mejor olvidarse del caso.

También se dice que "en ninguno de los casos las anomalías son determinantes del resultado de la prueba por su poco número en relación al total de preguntas”. Esto también es para nota. Cuántos opositores se quedan fuera de un proceso por haber fallado solo una pregunta más que los que han superado la prueba. En este caso se trataba de "solo" 8 preguntas "presuntamente" marcadas.

Pero lo gordo es que este "presunto" fraude se ha detectado en al menos 4 exámenes para distintos puestos en los últimos años, con distintos equipos de gobierno al frente del ayuntamiento, todo hay que decirlo. Y como el "presunto" marcaje fraudulento consistía unas veces en poner un punto al final  de la respuesta correcta y otras justo al revés, o sea,  en dejar sin ese punto solo la respuesta buena, pues la fiscalía ve en esta circunstancia otro motivo para dejar de investigar alegando que  “El patrón de indicación difiere y parece difícil de identificar para el aspirante”. Claro, como el "presunto"  aspirante compinchado lleva cuatro veces presentándose a distintos puestos y aun así no aprueba, ya se hará un lío con lo de las marcas, el pobre. Un argumento curioso, verdad.

No tengo ninguna implicación directa con este asunto, pero si me pongo en la piel de la gente que tras mucho esfuerzo se ha quedado sin obtener un puesto de trabajo fijo mientras otros "presuntamente" les han arrebatado su plaza haciendo trampas...


lunes, 21 de febrero de 2022

Un par de cosas sobre Enrique de Pablo, músico.

A la mayoría no os sonará este nombre. Y si lo buscáis en google es probable que no encontréis nada sobre este guitarrista y cantante  afincado en Zaragoza hasta el pasado 15 de febrero.  Ese día  pasó a engrosar esa lista interminable de músicos, poetas y artistas de toda índole que nos han dejado antes de hora. Esa clase de personas dotadas de una  sensibilidad tal que parecen no encontrar acomodo en este mundo tan abrupto y tan real en el que nos ha tocado vivir.

Soy amigo de su hermano, y a Enrique lo conocía solo un poco, por lo que solo algún detalle puedo contar de él. Decía antes que no lo encontraríais fácilmente en internet, pero si indagáis un poco veréis que Enrique fue el fundador, junto con Juan Aguirre, del mítico grupo zaragozano "Días de vino y rosas". Sí, el mismo Juan Aguirre que años más tarde formaría "Amaral" y cuyos inicios musicales junto a Enrique fueron un primer paso, pero necesario,  en su exitosa carrera.

Recuerdo una tarde, a mediados de los 80, tocando la guitarra con Enrique en su casa, justo al lado de la escuela de ingenieros donde yo estudiaba, es un decir, por aquel entonces. La emoción de aquellos primeros escarceos con el instrumento, si uno es de los que se quedan enganchados de verdad, solo es comparable a los inicios del enamoramiento más pasional. Le faltan a uno horas en el día. Y en aquella época en la que no existía youtube, la mejor forma de progresar, aparte de practicar y practicar, era juntarse con algún colega. Siempre aprendías algo; un acorde nuevo, una escala, o cómo tocar aquella de Led Zeppelin que nos volvía locos y con la que seguro alcanzaríamos el cielo.

La última vez que vi a Enrique  fue ya hace cinco o seis años. Actuaba con su grupo "De la lluvia" en El corazón verde, junto al parque grande de Zaragoza, y me acerqué a verlos. Fue una noche estupenda. Además de sus buenas canciones, enraizadas en lo mejor del pop y en indie de los 90, tuvieron la amabilidad de dejarme tocar y cantar con ellos una de Bowie. Me prestaron una Stratocaster y como buenos profesionales, sin haber ensayado ni nada, me llevaron en volandas acompañándome  con el bajo y la batería. 

Su hermano me dijo que a la hora de despedirse de él, cuando ya sus constantes vitales estaban casi extinguidas, su corazón volvió a latir  cuando su hijo le cogió la mano y cuando su madre le puso al oído la última canción que había grabado en su estudio. 

Enrique de Pablo en el escenario.

...y tal vez me vaya alejando tras un silencio azul helado...

Este verso tan evocador que casi parece premonitorio aparece en El tiempo de la noche, una de sus últimas composiciones, buena muestra del talento que tenía Enrique.  La podréis escuchar en este enlace, eso sí, con auriculares, si no queréis hacerlo enfadar.

El tiempo de la noche







viernes, 11 de febrero de 2022

Licorice pizza: vuelve la magia

Lo que son las cosas. Últimamente casi no voy al cine. Entre la pandemia, los netflix,  lo que han crecido las pantallas de televisión desde que éramos críos y lo calentito que se está en casa estos días, mucho me tiene que llamar la atención una película para convencerme de que vale la pena gastarme lo que cuestan las entradas y desplazarme hasta la sala de proyección.

Pero... a veces suceden cosas imprevistas que te rompen los esquemas. Como me pasó el domingo pasado, por ejemplo. Era esa hora en la que intentas sobreponerte al abotargante efecto de una siesta demasiado larga cuando sonó el móvil. Me debió de pillar en algún punto entre el sofá y la nevera y como mi sistema de orientación todavía estaba intentando reiniciarse, cuando encontré el aparato entre los pliegues de mi mantita aun caliente ya habían colgado. 

Era uno de los pocos amigos que todavía me llaman de vez en cuando, aunque no necesiten nada. O sea que  devolví la llamada inmediatamente. En resumen, que a falta de media hora para que empezara la película en el Palafox, de los cuatro que iban al preestreno en versión original subtitulada de "Licorice Pizza", habían tenido una baja y que si me apetecía ir.  Un título tan raro, Licorice Pizza, para una película de la que no había oído hablar era poco prometedor, la verdad. Y lo de la V.O., qué pereza,  siempre me ha parecido un capricho de los que se las dan de cinéfilos intelectuales para marcar distancia con el resto del personal. Pero el caso es que, a pesar de que en casa no había mal plan, un chocolate con churros a media tarde, me pareció descortés decir que no. Así que me remojé un poco la cara para espabilarme, me vestí y me tiré a la calle. 

Iba muy justo de tiempo. Veinte minutos escasos. Dudé si sería mejor subir en tranvía o en bici de las públicas, pero como los domingos la frecuencia del transporte urbano baja mucho, opté por darle al pedal. Creo que batí el récord de cronoescalada Carrefour Actur- Plaza de España: a menos cinco, algo sofocado, eso sí, pero ya completamente despierto, estaba en las escaleras del cine.

Los protagonistas de Licorice Pizza.

Y aquí es donde debería contaros cómo es posible que una historia romanticona entre una veinteañera que aparentemente no tiene nada especial y un quinceañero con la cara llena de acné al que le aprietan los pantalones  me mantuviera hipnotizado durante más de dos horas. Como cuando vi la primera de Indiana Jones siendo todavía un adolescente. No sé cómo explicarlo. Son muchos los factores y hay montones de excelentes críticas que podéis leer por ahí que analizan en detalle los aciertos de esta obra maestra; que si la excelente ambientación, la estupenda banda sonora, el ritmo, los planos, los secundarios de lujo, el guion brillante, etc., etc. Pero, en mi opinión, lo que hace de este film algo realmente sublime es la química que hay entre los dos protagonistas, un chisporroteo que traspasa la pantalla y te atrapa desde la primera escena arrastrándote con ellos en una montaña rusa emocional hacia un final  deslumbrante. Y qué decir de la protagonista, interpretada por una hasta ahora desconocida Alana Haim, dotada de un encanto tan especial que es imposible no enamorarse de ella desde el primer fotograma. 

Lo que son las cosas. Quién me iba a decir, tan solo unas horas atrás, que iba a volver a creer en la magia del cine, y en pantalla grande. Y todo gracias a Licorice Pizza.  Y a un buen amigo, claro.





domingo, 16 de enero de 2022

El arte de envejecer

Este año los Reyes  vinieron por primera vez  a mi casa en modo "amigo invisible". No sé por qué han tardado tanto en dar este paso en la nuestra, con el tiempo que llevan así en otras, porque la verdad es que está muy bien esta modalidad. Te evitas lo de pensar qué te pides, escribir la carta y todo eso, y además, como ni siquiera sabes qué rey se va a ocupar de tu regalo, el efecto sorpresa está asegurado.

Así que la mañana del día 6 nos reunimos junto a la puerta de la terraza del salón, en eso no ha habido cambios, y empezamos a abrir los regalos de cada uno. ¡Oooh!¡Mira! Todo iba según lo previsto cuando me puse a abrir el mío.  Era un paquetito ligero. «Una cartera de bolsillo», pensé algo resignado. Pero al ir quitando capas vi que era un librito. Cuando leí el título, "El arte de envejecer",  torcí un poco el morro, «Vaya, me ha tocado el Rey mago graciosete.  Qué se le va a hacer. Me lo tomaré con deportividad». Es verdad que voy teniendo ya una edad, pero tampoco hacía falta restregármelo por la cara de esta forma, para empezar el año.  

Pero al momento mi expresión cambió al ver que el autor era Cicerón. «Este no es un advenedizo que pretende forrarse con un libro de autoayuda», me dije. Al darle la vuelta ya fue verdadero interés lo que sentí conforme iba leyendo. Esto es lo que ponía:

"¿Te preocupa que la vejez inevitablemente signifique perder tu libido, tu salud e, incluso, tus ganas de jugar?  Bueno, Cicerón tiene buenas noticias para ti.  En El arte de envejecer, el gran político y filósofo romano describe elocuentemente cómo podemos lograr que la segunda mitad de la vida sea la mejor parte de todas, y quizá descubrir que la lectura y la jardinería son en realidad mucho más placenteros que el sexo.  Lleno de sabiduría atemporal y orientación práctica, este breve y encantador clásico, originalmente titulado 'Sobre la vejez', aborda directamente los grandes temores a envejecer y argumenta por qué estas preocupaciones son muy exageradas, o totalmente equivocadas.  Montaigne dijo que el libro de Cicerón «le abre a uno el apetito por envejecer».  En un mundo obsesionado con la búsqueda inútil de la juventud, sus lecciones son hoy más relevantes que nunca".

Otra ventaja de este libro es que es de bolsillo "de verdad". Y como ya decían los clásicos: "lo bueno si breve..."

No hace falta decir que me zampé el libro en dos sentadas. Y vaya si me gustó. Y es que, a quién no le reconforta comprobar que lo que nos pasa ahora no es nada nuevo, que las tribulaciones que a veces nos quitan el sueño a nosotros, que nos creemos tan modernos y tan listos, son prácticamente las mismas que tenían entretenidos a nuestros antepasados hace 2000 años. Y casi más me reconforta saber, sí, ya sé que es un poco perverso, que son las mismas que pondrán en su sitio a nuestros hijos y nietos, por más que piensen que su condición de milenials, generación Z, influencers, tiktokers, o lo que sea, les va a  librar de pasar por caja, mucho antes de lo que esperan. Jeje.

Pero no hay que dramatizar.  Lo bueno es que los antiguos no solo se preocuparon por las grandes cuestiones fundamentales que nos plantea la vida en un momento u otro, sino que también encontraron algunas respuestas. ¡Y lo mejor es que estas son validas también para nosotros! Así, lo que nos muestra Cicerón en este libro no es que el paso de los años represente un menoscabo en la capacidad de ser feliz, sino todo lo contrario. Ahí está la gracia  de esta pequeña joya que os vengo a recomendar. Ah, y vale para cualquier edad. Si ahora no la veis útil, es cuestión de dejarla en la estantería y esperar un poco. Nada más.

jueves, 13 de enero de 2022

Altisidora, Altisidora

No es la primera vez que me pasa. Un día tienes noticia de un  personaje, un lugar, o lo que sea, del que no habías oído hablar en tu vida y al poco resulta que te lo encuentras hasta en la sopa.  Pues esto es lo que  me pasó, más o menos, con la bella Altisidora, personaje femenino que aparece, según cuentan, en la segunda parte del Quijote. Obra de la que, por si no ha quedado claro, confieso que no he leído más allá de los pasajes más conocidos en mi época de estudiante. Y eso que he intentando atacarla en varias ocasiones. Pero nada. Tendré que vivir con esa mancha en mi currículum. 

El asunto es que este verano, de vacaciones y totalmente despreocupado por mis carencias lectoras, coincidió que estaba por Barbastro los días en los que se celebraba el festival de fotografía emergente BFOTO. Así que, para un año que podía, me involucré un poco en alguna de las actividades que se organizaban. En ese momento, a finales de agosto, con la vacunación viento en popa, dábamos por sentado que lo de la pandemia, el gel y la mascarilla, estaba prácticamente superado. Y ya lo veis. Aquí estamos, con el virus más envalentonado que nunca. Pero bueno, ese es otro tema. El caso es que una de aquellas cálidas noches cenamos al aire libre en San Ramón del Monte. Me tocó sentarme justo en frente de Juan Cerón, fotógrafo que presentaba uno de los trabajos más interesantes, "Anaqronías", que consistía en una serie de fotografías en gran formato con un estilo pictórico clásico muy cuidado. En todas ellas el autor había introducido algún elemento actual, lo que convertía un trabajo, de por sí bello y  técnicamente impecable, en algo mucho más impactante. 


La bella Altisidora. Fotografía de Juan Cerón. (Perteneciente a la serie titulada Anaqronías)

En cada una de las fotos Juan nos muestra su particular interpretación de un personaje femenino secundario del Quijote. Y así es como conocí y caí rendido ante los encantos de "su" Altisidora. Después de la cena, mientras el resto del personal se quedaba un rato más, bajamos caminando tranquilamente hasta el pueblo Juan y yo. Hacía una noche magnífica. Por el camino fuimos hablando de una cosa y de otra y también de cómo se había organizado para hacer aquellas fotos que, evidentemente, llevaban detrás un importante trabajo de producción; modelos, vestuarios de época, iluminación,... En fin. Un paseo de la más agradable y enriquecedor.

Hasta aquí, todo normal. Lo curioso es que, ya de vuelta en Zaragoza, a primeros de septiembre, vuelvo a oír hablar de Altisidora. Y me entero de que es así, precisamente con ese singular nombre, Altisidora,  con el que Manuel Salvador, el protagonista de "Los besos" de Manuel Vilas, llama a Montserrat, su compañera de viaje en el libro. Y le da ese nombre solo cuando la ve a través de los ojos del amor y la pasión, volviendo al original el resto del tiempo. Quizá alguien se pregunte por qué lo llamo "Manuel Salvador" cuando en el libro se llama solo Salvador. Pues porque después de leerlo, así como Salvador renombra a su amada como Altisidora evocando al personaje cervantino, yo, ya puestos, renombro a Salvador como Manuel Salvador, porque me recuerda muy mucho al autor que lo ha creado. Y claro, mientras leía las andanzas de la Altisidora de Manuel Vilas, no podía evitar imaginarme a la de Juan Cerón, sabiendo que, a su vez, las dos tenían su origen en la imaginación del mismísimo Miguel de Cervantes. Cosas veredes, amigo Sancho.

En todo caso, si queréis disfrutar como yo he hecho de estas modernas Altisidoras, y de sus circunstancias, os recomiendo por un lado visitar la página de Juan cerón y por otro, leer "Los besos" de Manuel Vilas. Ambas acciones os resultarán muy gratificantes, espero. Y seguramente mucho más, si sois gente más cultivada que yo y habéis leído la novela de Cervantes, que sería lo que debería hacer, si tuviera valor, para cerrar así el círculo y conocer por fin en su contexto original a la auténtica Altisidora. Aunque, quién sabe. Quizá todo esto ha sido una señal y aun estoy a tiempo de lavar mi expediente.