domingo, 29 de agosto de 2021

Sueños de ganchillo

Estábamos el otro día ordenando cajones por casa cuando salió a relucir un lote de pequeñas labores de ganchillo que amarilleaban allí desde hacía tiempo. Las más recientes las tejería mi madre, hará unos seis o siete años. Las más  antiguas podrían tener más  de un siglo, pues habrían salido de las  manos de abuelas, tías, bisabuelas, que mi suegra y mi madre habían ido guardando desde niñas.

Qué hacer con todos esos tapetes, pañitos y  ribetes hechos a mano por antepasadas nuestras. Mujeres de nuestra familia que vivieron épocas muy distintas a esta y que dedicaron muchas tardes de su vida a esa labor mitad manual mitad espiritual de crear formas geométricas con aguja e hilo. Las imagino junto a la ventana, al calor del brasero en invierno, o en el balcón lleno de geranios en verano, tejiendo para el ajuar de sus hijas, o sus nietas, soñando para ellas un futuro  mejor. O quien sabe si reviviendo aquel amor  de juventud que nunca llegó a ser. Porque lo bueno de este tipo de trabajos es que, aunque exigen cierta concentración, aquietan el espíritu y permiten dar rienda suelta a la imaginación mientras se ejecutan. Como lo de colorear mandalas, solo que el resultado es mucho más útil y perdurable.


En eso estábamos cuando surgió la idea. Por qué no unimos todas las piezas, a modo de pachtwork, y hacemos un cubre sofás o algo así. Dicho y hecho. El asunto requirió unas cuantas horas de trabajo, pero creo que valió la pena. Cuando este invierno nos arropemos con esta mantita a la hora de la siesta  nos reconfortará saber que, al menos en parte, hemos cumplido aquel sueño que soñaron nuestras madres y abuelas mientras tejían. Y volveremos a sentir el calor de sus manos y de su regazo bajo los suaves nudos de algodón.