viernes, 6 de mayo de 2022

Cumpleaños feliz

Todos los cumpleaños felices se parecen, pero, los que salen raros, aun siendo felices, lo son cada uno a su manera. 

Yo los cumplo hacia mitad de abril. Estaréis de acuerdo conmigo en que la cosa no puede ser más irrelevante, y más si me conocéis y sabéis lo poco dado que soy a celebrar estas efemérides (no suelo felicitar a nadie en los grupos de wasap ni en el facebook, por ejemplo, salvo en círculos muy íntimos).  Lo único "destacable" esta  vez es que la cifra era de las redondas, por lo que habiendo nacido en la década de los 60... podéis haceros una idea. (No oculto mi edad, pero en esto sigo la política de mi madre, que no quiso que en su esquela figuraran los años que tenía, sino su fecha de nacimiento: «Quien quiera saberlo, que  haga cuentas» decía. Tenía estas cosas. Y yo también, como se ve).


El caso es que dado lo singular de la cifra, el día "D" habíamos organizado una comida campestre en una huerta a las afueras de Barbastro  en la que nos juntamos toda la familia —poco más de una docena, hermanos, cuñadas y sobrinos incluidos—.  Estuvo muy bien, la verdad, y me di por homenajeado más que de sobras. Pero es que, además, el sábado, ya de vuelta en Zaragoza, un amigo cubano que cumplía los mismos años que yo había preparado una fiesta con música en vivo a la que asistimos del orden de 40 invitados ataviados al modo caribeño. Aparte de comer, beber y bailar como hacía años, también me uní a la banda con guitarra y micro, por lo que disfruté aquella noche tanto como el propio interesado. Fue espectacular. 

Así que, colmado ya de celebraciones cumpleañeras, encaré la semana siguiente con ánimo de volver a la siempre reparadora rutina diaria.  Aunque me quedaba un asunto por resolver. Y es que el fin de semana siguiente, el de San Jorge, la gente de  mi coro  había organizado un "retiro" en una casa rural con actividades varias, culturales, gastronómicas, musicales, etc. que fue un éxito y al que me hubiera apuntado de buena gana. Lo más extraño de todo fue la razón por la que no fui:  mi mujer, que suele ser la que me anima a estas cosas, me convenció esta vez de que un día tan señalado en el que nos gusta pasear por Independencia ojeando  libros y comprando alguno antes de echar el vermú, no sería lo mismo si yo no estaba. Este chantaje emocional, que quizá a alguna pareja le podrá parecer normal, era desde luego algo completamente inusual en la mía, pero como soy bastante fácil de camelar, aunque un pelín contrariado, no le di muchas vueltas y me excusé como buenamente pude con los del coro.

Pero mi candidez va mucho mas allá. No contento con tragarme lo del paseo romántico entre libros, va un amigo, me llama y me dice que me cede una invitación para dos menús en el restaurante del parque deportivo Ebro para el mismo día de San Jorge. Que le han tocado en un sorteo del Heraldo, al que están suscritos sus padres, y que no pueden ir ni él, ni nadie de su familia por no sé que cantidad de excusas peregrinas que me creí con naturalidad, hasta el fondo. Así de inocentón es uno. Lógicamente cuando se lo comenté a mi mujer, la cabecilla de la trama,  le pareció fenomenal. A mi no es que me hiciera mucha gracia eso de tener que coger el coche para ir a un restaurante que no tiene nada de glamuroso, con la cantidad de sitios coquetos que hay en Zaragoza. De hecho, me pareció un poco extraño, para un periódico con esa solera, pero lo achaqué al declive de la prensa escrita: «El Heraldo ya no es lo que era» me dije.

La mañana del 23 salió desapacible y fría. Y con pintas de que iba a ir empeorando. «¿No te coges algo más de abrigo? —me dijo mi mujer al salir de casa. —Para qué. Total, dentro del comedor tampoco creo que haga falta y en cuanto acabemos nos volvemos a casa». Cuando llegamos al aparcamiento se veían varios grupos en la zona de barbacoas. «Pobre gente, vaya día han elegido para comer al aire libre», pensé en voz alta mientras mi mujer mantenía el tipo sin pestañear. Al acercarnos a la puerta del bar me pareció ver a alguien conocido. «No es posible». Pero sí. Allí estaban todos, o casi: mis amigos del trabajo, el que me pasó las invitaciones que no podía aprovechar, los de la sección barbastrense en Zaragoza, gran parte del grupo "caribeño"... En fin. Una auténtica y multitudinaria fiesta sorpresa que no me esperaba en absoluto. A pesar de que hizo un día malísimo, la lluvia nos respetó hasta que acabamos la tarta. Creo que desde mi primera comunión no había tenido tanto regalo. Hasta algún discurso en verso me prepararon. Fue todo muy emocionante. 

Lo que no pudimos fue rematar la faena cantando y guitarreando como estaba previsto  —habían traído instrumentos y  todo— porque la carpa donde nos refugiamos cuando empezó a llover estaba abarrotada y no reunía condiciones.  Total que poco a poco se fue marchando la gente y los últimos nos animamos a seguir la fiesta en casa. Eso de dejar las guitarras sin desenfundar, no lo veíamos muy decoroso. Así que, gintonic va, gintonic viene, estuvimos un buen rato rememorando los 80. Lo pasamos genial. Tan relajados estábamos que el virus se unió también al jolgorio y nos pilló a tres de siete. Afortunadamente, después de una semana de trancazo, medio confinados, con mascarilla y todo eso, parece que hemos salido de esta. 

Lo del cumpleaños estuvo muy bien. No me puedo quejar. Aunque no me vendría mal un mes de mayo más tranquilito. Sin sobresaltos. Que también ahí está la felicidad.


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