lunes, 21 de febrero de 2022

Un par de cosas sobre Enrique de Pablo, músico.

A la mayoría no os sonará este nombre. Y si lo buscáis en google es probable que no encontréis nada sobre este guitarrista y cantante  afincado en Zaragoza hasta el pasado 15 de febrero.  Ese día  pasó a engrosar esa lista interminable de músicos, poetas y artistas de toda índole que nos han dejado antes de hora. Esa clase de personas dotadas de una  sensibilidad tal que parecen no encontrar acomodo en este mundo tan abrupto y tan real en el que nos ha tocado vivir.

Soy amigo de su hermano, y a Enrique lo conocía solo un poco, por lo que solo algún detalle puedo contar de él. Decía antes que no lo encontraríais fácilmente en internet, pero si indagáis un poco veréis que Enrique fue el fundador, junto con Juan Aguirre, del mítico grupo zaragozano "Días de vino y rosas". Sí, el mismo Juan Aguirre que años más tarde formaría "Amaral" y cuyos inicios musicales junto a Enrique fueron un primer paso, pero necesario,  en su exitosa carrera.

Recuerdo una tarde, a mediados de los 80, tocando la guitarra con Enrique en su casa, justo al lado de la escuela de ingenieros donde yo estudiaba, es un decir, por aquel entonces. La emoción de aquellos primeros escarceos con el instrumento, si uno es de los que se quedan enganchados de verdad, solo es comparable a los inicios del enamoramiento más pasional. Le faltan a uno horas en el día. Y en aquella época en la que no existía youtube, la mejor forma de progresar, aparte de practicar y practicar, era juntarse con algún colega. Siempre aprendías algo; un acorde nuevo, una escala, o cómo tocar aquella de Led Zeppelin que nos volvía locos y con la que seguro alcanzaríamos el cielo.

La última vez que vi a Enrique  fue ya hace cinco o seis años. Actuaba con su grupo "De la lluvia" en El corazón verde, junto al parque grande de Zaragoza, y me acerqué a verlos. Fue una noche estupenda. Además de sus buenas canciones, enraizadas en lo mejor del pop y en indie de los 90, tuvieron la amabilidad de dejarme tocar y cantar con ellos una de Bowie. Me prestaron una Stratocaster y como buenos profesionales, sin haber ensayado ni nada, me llevaron en volandas acompañándome  con el bajo y la batería. 

Su hermano me dijo que a la hora de despedirse de él, cuando ya sus constantes vitales estaban casi extinguidas, su corazón volvió a latir  cuando su hijo le cogió la mano y cuando su madre le puso al oído la última canción que había grabado en su estudio. 

Enrique de Pablo en el escenario.

...y tal vez me vaya alejando tras un silencio azul helado...

Este verso tan evocador que casi parece premonitorio aparece en El tiempo de la noche, una de sus últimas composiciones, buena muestra del talento que tenía Enrique.  La podréis escuchar en este enlace, eso sí, con auriculares, si no queréis hacerlo enfadar.

El tiempo de la noche







viernes, 11 de febrero de 2022

Licorice pizza: vuelve la magia

Lo que son las cosas. Últimamente casi no voy al cine. Entre la pandemia, los netflix,  lo que han crecido las pantallas de televisión desde que éramos críos y lo calentito que se está en casa estos días, mucho me tiene que llamar la atención una película para convencerme de que vale la pena gastarme lo que cuestan las entradas y desplazarme hasta la sala de proyección.

Pero... a veces suceden cosas imprevistas que te rompen los esquemas. Como me pasó el domingo pasado, por ejemplo. Era esa hora en la que intentas sobreponerte al abotargante efecto de una siesta demasiado larga cuando sonó el móvil. Me debió de pillar en algún punto entre el sofá y la nevera y como mi sistema de orientación todavía estaba intentando reiniciarse, cuando encontré el aparato entre los pliegues de mi mantita aun caliente ya habían colgado. 

Era uno de los pocos amigos que todavía me llaman de vez en cuando, aunque no necesiten nada. O sea que  devolví la llamada inmediatamente. En resumen, que a falta de media hora para que empezara la película en el Palafox, de los cuatro que iban al preestreno en versión original subtitulada de "Licorice Pizza", habían tenido una baja y que si me apetecía ir.  Un título tan raro, Licorice Pizza, para una película de la que no había oído hablar era poco prometedor, la verdad. Y lo de la V.O., qué pereza,  siempre me ha parecido un capricho de los que se las dan de cinéfilos intelectuales para marcar distancia con el resto del personal. Pero el caso es que, a pesar de que en casa no había mal plan, un chocolate con churros a media tarde, me pareció descortés decir que no. Así que me remojé un poco la cara para espabilarme, me vestí y me tiré a la calle. 

Iba muy justo de tiempo. Veinte minutos escasos. Dudé si sería mejor subir en tranvía o en bici de las públicas, pero como los domingos la frecuencia del transporte urbano baja mucho, opté por darle al pedal. Creo que batí el récord de cronoescalada Carrefour Actur- Plaza de España: a menos cinco, algo sofocado, eso sí, pero ya completamente despierto, estaba en las escaleras del cine.

Los protagonistas de Licorice Pizza.

Y aquí es donde debería contaros cómo es posible que una historia romanticona entre una veinteañera que aparentemente no tiene nada especial y un quinceañero con la cara llena de acné al que le aprietan los pantalones  me mantuviera hipnotizado durante más de dos horas. Como cuando vi la primera de Indiana Jones siendo todavía un adolescente. No sé cómo explicarlo. Son muchos los factores y hay montones de excelentes críticas que podéis leer por ahí que analizan en detalle los aciertos de esta obra maestra; que si la excelente ambientación, la estupenda banda sonora, el ritmo, los planos, los secundarios de lujo, el guion brillante, etc., etc. Pero, en mi opinión, lo que hace de este film algo realmente sublime es la química que hay entre los dos protagonistas, un chisporroteo que traspasa la pantalla y te atrapa desde la primera escena arrastrándote con ellos en una montaña rusa emocional hacia un final  deslumbrante. Y qué decir de la protagonista, interpretada por una hasta ahora desconocida Alana Haim, dotada de un encanto tan especial que es imposible no enamorarse de ella desde el primer fotograma. 

Lo que son las cosas. Quién me iba a decir, tan solo unas horas atrás, que iba a volver a creer en la magia del cine, y en pantalla grande. Y todo gracias a Licorice Pizza.  Y a un buen amigo, claro.