martes, 22 de diciembre de 2020

La Navidad en tiempos de whatsapp

Recuerdo aquellos años en los que recibía en casa alguna felicitación por Navidad. No eran muchas. Quizá cuatro o cinco en los mejores tiempos. Incluso enviábamos alguna nosotros también. Mi mujer solía hacerse cargo. Comprábamos un paquetito de 6, creo, y siempre nos sobraban. Eran de las de Unicef, que costaban un poco más pero valía la pena: acallaban un poquitín tu conciencia durante esos días tan entrañables. 

Con el nuevo siglo y el auge del correo electrónico la cosa empezó a decaer. Nos enviábamos por este medio felicitaciones que se parecían un poco a aquellos christmas pero ya casi no hacía falta añadir ni escribir nada personal. La bomba eran los montajes con música y todo, en los que la familia del felicitante aparecía convertida, por ejemplo, en alegre troupe de duendecillos navideños. Impresionante. Hasta que recibías la quinta de la misma serie y la cosa comenzaba a perder interés.

Pero esto no era nada para lo que estaba por llegar: El whatsapp. La sublimación de la inmediatez. La piedra filosofal de la comunicación interpersonal. ¡Y gratis! Bueno, casi gratis. Solo tienes que  aceptar una serie de cláusulas por las que das acceso a tus datos personales, tus documentos, tus fotos de familia, tus gustos, tus aficiones, tus..., tu alma, en resumen, a una serie de monopolios tecnológicos todopoderosos que harían palidecer al mismísimo gran hermano de Orwell. Pero ese es otro tema. Que me pierdo. Ah si. Que estaba hablando de las felicitaciones de Navidad por whatsapp. 

Las hay de distintas clases, pero las que menos me gustan son las prefabricadas que se reenvían inmoderadamente a través de grupos o de uno en uno.  Cuando recibes una que te gusta solo hay que darle a "reenviar" y elegir a tus víctimas. Nada más. Ya has cumplido. Es tan fácil. Y dentro de estas las hay de muy diversas categorías, desde los simples textos, en general excesivamente edulcorados, pasando por las postales con  mensajes en la misma línea, hasta los vídeos de 60 megas, que nunca suelo abrir. Y todo ello aderezado con mucho espumillón, muñecos de nieve, papanoeles y demás parafernalia. Aunque también abundan las versiones más "zen" con velitas o puestas de sol combinadas con frases ad hoc, y las más piadosas, con angelitos y portales de Belén. Todo muy bonito y muy solidario y muy todo. Y lo mejor de todo: sin que el remitente haya hecho mas esfuerzo que el de darle a "reenviar". Es tan cómodo. 

Felicitación navideña típica de whatsapp. No me suele picar la curiosidad tanto como para abrir a ver qué cuenta.

Llamadme antiguo, pero antes que cualquier mensaje enlatado de esos, prefiero un simple "¡Hola!" escrito de puño y letra. No sé. Cualquier cosa,  pero que sea personal. Y ya si el que te quiere felicitar te hace una llamadita  de teléfono y te dice por ejemplo: "Nada, que como hace tiempo que no hablábamos, te llamo para felicitarte la Navidad y ver qué tal estáis y...". Eso si que se agradece, verdad. 

Pues eso. 

Que... ¡Feliz Navidad!


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viernes, 4 de septiembre de 2020

El mejor aperitivo del verano: sin alcohol, saludable y con pegada


Lo del vermú o aperitivo antes de las comidas  es una de las costumbres  más gloriosas de las que disfrutamos en este país.  una de las más sublimes formas de celebrar la vida: unos amigos, unas copas de vino o cerveza y algo para picar. ¡Ah, qué placer! Toda la cultura del tapeo gira en torno a ese simple concepto, un pequeño tentempié que en ocasiones, sobre todo en la versión tarde noche, de forma casual o premeditada, cobra cuerpo y sustituye gozosamente a lo que sería una cena convencional.  Con el aliciente añadido de que es algo mucho más flexible. No tienes porqué estar dos horas aguantando al plasta que te ha tocado al lado en una mesa formal. Y cuando te cansas, te vas. Basta con decir: bueno, me voy que me esperan. A nadie le importa si quien te reclama es tu madre, tu gato o el sofá orejero dispuesto para una siesta reparadora. 

Pero claro, por muy placentero que sea esto del aperitivo, no es cuestión de estar todos los días de vermú por ahí como si fuera el día del Pilar. Todo tiene su momento. Ya lo decía el gran Javier Krahe: No todo va a ser... Sin embargo... cuando estás en casa de fiesta, confinado, teletrabajando, o lo que sea y se aproxima esa  hora crítica entre la una y las dos... no sé vosotros, pero yo al menos siento un  irresistible impulso de tomarme un pequeño refrigerio, un frugal aperitivo que recuerde esos otros más festivos. Algo que calme ese ansia y me conduzca suavemente, sin brusquedad, hasta la hora de comer. 

Y ahí es adonde quería llegar. Entre el vermú de día grande con calamares y gambas y la nada, hay alternativas. Lo mas socorrido es sacar una cervecita de la nevera y  un par de copas (compartida es más que suficiente). Unas patatas chips para picar y asunto solucionado. Esto está bien una o dos veces a la semana, pero creo que a diario, y más si haces doblete por la tarde, no es muy conveniente. 

Por ir concretando. El aperitivo del que hablo debería cumplir una serie de premisas:
  • Sin alcohol
  • Sin azucares.
  • Sin gas.
  • Refrescante
  • Con sabor.
  • Bajo en calorías.
¿Alguien conoce alguna bebida comercial que cumpla estos requisitos? Yo no.

Pero desde que he descubierto que puedo preparármela yo mismo en casa, me he hecho adicto a esta sencilla combinación. Sé que no a todo el mundo el gustará. Pero a los que, como yo, empiezan a salivar cuando pasan junto a un puesto de encurtidos, imagino que sí. Ahí va la receta:
  • Media copa de salmorejo envasado (el recién hecho en casa está buenísimo, por supuesto, pero para este uso recomiendo el que venden ya preparado, y en concreto el de la marca Día)
  • Un chorrito de vinagre al gusto. Ojo. No hay que pasarse. Se trata de compensar la dilución.
  • Unas gotas de Tabasco, también al gusto, claro.
  • La otra media copa de agua bien fría. 
  • Mezclar bien con un tenedor (o en coctelera si quiere impresionar a alguien) y servir.
A que apetece nada más verlo. Pues si lo pruebas... verás lo que es bueno. Así como un  zumo de tomate, por condimentado que esté, tiene más bien poca gracia, de ahí su escaso éxito como aperitivo, el  salmorejo aporta una potencia de sabor inigualable.
Los ingredientes no pueden ser más sencillos. El secreto está en encontrar el punto de vinagre que se adapte al gusto de cada cual. En general no es necesario añadir sal, pues estos envasados suelen ir sobrados de serie. 

En cuanto al tema de las calorías, media copa de gazpacho o de salmorejo (unos 125 gramos)  tiene las mismas calorías que una copa de cerveza. Solo que en vez de ser calorías vacías y alcohólicas, aportan  nutrientes saludables procedentes del tomate, el aceite de oliva, el ajo, etc.

Y lo principal. Esta bebida no solo es refrescante, sino que además tiene una cualidad impropia de los refrescos convencionales: es sabrosa, con lo que en si misma aglutina el aperitivo completo con tapa y todo. ¿Se puede pedir más?

Pero vaya. Una latita de berberechos para acompañar... qué queréis que os diga, tampoco le va mal.


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domingo, 16 de agosto de 2020

Tomate rosa de Barbastro: El mejor del mundo.

El que haya nacido yo precisamente allí, en la capital del Somontano, podría considerarse circunstancial. Los hechos son los hechos. Habrá variedades por el mundo de gran calidad, seguro, pero una tan especial y exquisita, permítanme dudarlo.

El tomate rosa suele tener unas  imperfecciones superficiales que junto con el tono rosáceo y el tamaño superior al habitual permiten identificarlo con facilidad.  Aunque para el no experto la verdadera prueba se obtiene cuando se corta por la mitad. No tiene nada que ver con el corte de un tomate, digamos, convencional:


Si comparamos el corte transversal de un tomate rosa, a la izquierda, con uno común como el de la derecha, la diferencia es evidente. Aunque la diferencia fundamental está en el sabor, aroma y textura. En general, en los tomates comunes, la única parte jugosa y con cierta gracia es la de las pepitas, que en este caso vemos se sitúa en tres gajos bien diferenciados. El resto, toda la zona perimetral y los "tabiques" separadores, suelen ser bastante insulsos y con una textura  no demasiado agradable, como de melocotón algo verde. Por no hablar de la piel, que suele ser más dura e insípida todavía. 


Sin embargo, en el tomate rosa la distribución de las semillas es mucho más homogénea. Se podría comparar con  la infiltración de la grasa en un jamón de bellota, que poco se parece a la de un jamón serrano normal. Pero además, ocurre que toda la pulpa del tomate rosa tiene un sabor y un aroma inigualables, a pura huerta, y su textura es tan suave y delicada que recuerda a la de un melón en su punto. Quien lo ha probado lo sabe. Y la mejor manera de catarlo, como no, es la más simple: aliñado con  aceite de oliva y aromatizado con un poco de ajo picado:

Así, partido en trozos generosos, se aprecia la homogeneidad de esta increíble variedad hortícola. Es como si trocearas una sandía. Y lo interesante es que todo él tiene ese sabor intenso, fresco y delicado a la vez,  que lo hace único.



Los tomates de este reportaje me los regaló un buen amigo el otro día en Barbastro. Al día siguiente este de arriba fue mi desayuno. Se dice que si te has levantado no muy católico y te tomas esto en ayunas se  te arregla el cuerpo inmediatamente. Probablemente. Lo que puedo asegurar es que es una auténtica delicia.


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domingo, 26 de julio de 2020

Borrajas contra la pandemia

Si alguien ve la foto de abajo y no se le hace la boca agua, es que no ha probado nunca un plato de borrajas en condiciones. Esta es una verdura muy común y muy apreciada en las zonas ribereñas del medio Ebro: Navarra, La rioja y Zaragoza son sus principales feudos. Sin embargo, es una gran desconocida para gran parte del resto España.

Borrajas cocidas con patata y un chorrito de aceite de oliva virgen. Como todo producto excelso, cuanto más simple su elaboración, mejor. Debe cocerse a borbotones y sin tapar para que adquiera ese color verde tan bonito. Y hay que tener cuidado en no pasarse de cocción o pierde toda la gracia.
Y no, las borrajas no son un remedio mágico contra el COVID-19. Quien se hubiera hecho alguna ilusión al respecto, puede dejar de leer ya mismo si quiere. Con el título me refería a que, a pesar de la situación tan desquiciante, tan incierta, que estamos viviendo, en que la mayoría estamos resignados a pasar el verano sin salir mucho de casa, y a ir con mascarilla a todas partes durante mucho, mucho tiempo; a pesar de todo esto, hay pequeños placeres cotidianos que donde mejor se degustan es en casa de uno. Algo tan simple y tan barato como un plato de borrajas recién hechas y en su punto  es un manjar que difícilmente se puede encontrar  en un restaurante, a menos que te dejes un pastón. Y aun así. Por lo general, te ofrecerán borrajas con almejas o alguna otra combinación que justifique que cada tallo verde te salga a precio de angula de las de verdad. Como digo en el pie de foto, los mejores manjares, como un buen jamón o unos buenos espárragos, no necesitan aditamentos para deleitar al paladar más exigente.

Los sábados en mi casa las borrajas de primero son casi una obligación. Tenemos esa suerte. Normalmente, como esta misma mañana, mientras mi mujer limpia y pela los tallos de las borrajas que acaba de comprar hace un rato (esta verdura debe cocinarse el mismo día de su recolección, quizá por eso no se ha extendido su uso a lugares no productores), mientras tanto como decía, yo suelo hacerme cargo del aspirador y la fregona, tareas mucho menos exquisitas pero que facilitan enormemente un transito apacible hasta la hora de comer. Y si de segundo tocan unas sardinas  enharinadas y fritas, ya para qué os quiero contar: La siesta de después es ese nirvana que los santones de la india tardan toda una vida en alcanzar. 

La maldita pandemia sigue ahí fuera. Si.  Pero puedo asegurar que te olvidas por un rato de ella.
Con unas simples borrajas.




domingo, 12 de julio de 2020

El alma de la guitarra

Advertencia: Este artículo, aunque mantiene mi linea editorial de siempre, tiene una parte "un poquito" técnica,  por lo que, aparte de para el público en general, está especialmente indicado para tres tipos de personas: las amantes de la guitarra, las curiosas hasta el extremo de querer saber cómo funciona una cosa que no sabían que existiera hasta ahora, y las lectoras incondicionales de este blog (de estas últimas calculo que habrá tres o cuatro, pero bueno, todo suma).
Empezaré por el principio. Mi primera guitarra me la compró mi padre en Marcos Buil, la tienda de música de mi pueblo, Barbastro, a principios de los 80. Era una española normalita y con ella aprendí y toqué durante muchos años hasta que empecé a interesarme más por las acústicas, que tenían un sonido más apropiado para el pop nacional o anglosajón que era lo que me iba a mi.
Al cabo de varios años sin apenas sacarla de la caja un día me encontré con esto (no os creáis que exagero demasiado):

La tensión de las cuerdas a lo largo de mucho tiempo provocó que el mástil se combara de tal forma que mi guitarra quedó inutilizable.

Antes de esto, sería a mediados de aquellos locos 80, y con ese atrevimiento que solo da la absoluta ignorancia, me lancé con dos amigos a la osada tarea de construir un par de guitarras eléctricas y un bajo con el fin de montarnos un grupo a precio de saldo. No entraré en detalles sobre aquella disparatada y apasionante aventura, pero  recuerdo perfectamente que el mástil del bajo que pretendimos construir adoptó al momento el mismo aspecto del esquema superior. La madera de pino no aguantaba la tensión de las gruesas cuerdas metálicas de un bajo y tuvimos que abandonar esa parte del proyecto.

Al final, de los tres instrumentos que planeábamos construir, solo mi guitarra naranja se utilizó para actuar. En este post hablo un poco de aquella historia. El resto nos los prestaron los amigos del grupo "Acento".

Se nota que no era el trabajo de un verdadero luthier, ni siquiera de uno aficionado. Y por supuesto, no tenía alma. En aquellos años no sabía que pudiesen tenerla las guitarras. Aunque hay algo que si creo recordar que le puse: corazón.

Y esta introducción para decir que todas las guitarras acústicas o eléctricas, bajos incluidos, y muchas de las españolas ya, llevan en el interior del mástil una pieza metálica llamada "alma" cuya función es precisamente contrarrestar la tensión de las cuerdas evitando así los efectos indeseados que hemos comentado antes. 
Tengo tres guitarras, una española y dos acústicas. Y las tres llevan alma ajustable. El tema es que hasta hace pocos días no llegué a entender, a pesar de que me había interesado por el asunto, cómo demonios una simple y fina varilla metálica dentro del mástil podía no solo hacer esa función sino graduar la intensidad de la misma apretando o aflojando una tuerca. Más tarde he descubierto que hay otros tipos de "almas" algo más sofisticadas de las que quizá hable en otra ocasión, pero me voy a centrar en la más sencilla y primitiva que fue adoptada por la marca Gibson hace unos 100 años y de la que me ha costado mucho encontrar una explicación satisfactoria y clara sobre su modo de actuar.

Boca de mi acústica de 12 cuerdas. Con una llave Allen se puede ajustar la tensión del alma y mantener a raya la curvatura del mástil.

Bueno. Pues ya llegamos al final. La parte más técnica. En el siguiente esquema he representado el modo en el que actúa un alma clásica tipo "Gibson" dentro de un mástil de guitarra:

Nota: Todas las fotos y grafismos son  del autor. Puedes utilizarlos o compartirlos si quieres, pero en ese caso te agradeceré que cites la procedencia🙂

domingo, 10 de mayo de 2020

De la lluvia, del correr y del soñar

Me gustan los días de lluvia. En el campo, en la ciudad. Da igual. Todo parece nuevo, como recién pintado. Pero no solo es una cuestión estética. También disfruto muchísimo de esos tonos más desvaídos que deja la niebla, cuando se agarra durante un mes o más. Es por esa sensación de irrealidad que lo envuelve todo, como si en vez de estar de camino al trabajo, por ejemplo, continuaras en  esa agradable fase entre el sueño y la vigilia de la que no quieres despertar. Desgraciadamente para mi, pero me temo que afortunadamente para la mayoría de la gente, siempre acaba saliendo el sol... demasiado pronto. Si esperara hasta el día siguiente, que sería lo más educado, tendría un pase. Pero cuando se presenta  a media tarde, así de sopetón, me parece de una insolencia insoportable. Es como si estás tan ricamente en un cine viendo una película romántica o de suspense o de lo que sea y alguien enciende las luces de la sala. Se rompe toda la magia. En fin. Dicho esto, voy al tema.

Esta mañana a eso de las 6 me he levantado con la intención de ir a correr un rato por el Parque del agua, que es mi hábitat natural para estos menesteres. Desde la ventana se veían charcos en la calle y chispeaba ligeramente. No me atrevería a llamar a eso lluvia, pero cumplía sus funciones en lo que a mi respecta. Así que me he calzado las zapatillas y me he tirado a la calle con el único accesorio anti-lluvia que he considerado adecuado en estas circunstancias:  una gorra visera que evita que te baje el agua por ojos y cara caso de que arrecie el chaparrón. 

Como suponía, el ambiente húmedo a disuadido al 95% del personal que el sábado pasado me encontré durante el recorrido. Sí. De normal, incluso entre semana y más desde que se dio el permiso,  hay gente a esas horas por ahí. Hoy sin embargo solo me he encontrado corriendo a una chica y un chico, cada uno por su lado, justo cuando de vuelta veía ya el portal de mi casa. Por el parque me he cruzado con dos bicis y un par de paseantes pertrechados con chubasqueros y demás.


¿Hay algo más evocador que ver llover tras los cristales?

No acabo de entender cuál es el motivo de esta aversión generalizada a mojarse ni siquiera un poquito. Y más en un día como hoy, a 18 grados. Chispeaba tan poco que apenas se ha mojado mi camiseta. Supongo que la gente pensará que con lo bien que se está en la cama, para qué te vas a arriesgar a darte un remojón. En fin. ¡Si supieran lo que se han perdido! Aunque pensándolo un poco, casi mejor así. A ver si mañana llueve otra vez. Volveré a tener ese vergel húmedo y fragante solo para mi. Un sueño hecho realidad.


Nota al margen.: El título de este artículo contiene el singular nombre de un grupo pop nacido ya en los 80 pero que sigue todavía en pie (De la lluvia). Son la mayoría amigos míos y hace unos tres años me dieron la oportunidad de salir  con ellos al escenario a interpretar Space oddity. Un subidón.

domingo, 26 de abril de 2020

Cuatro libros que te van a enganchar, incluso estando en caurentena

Lo de ponerse a leer, a leer un libro, me refiero,  requiere su tiempo, pero sobre todo requiere de cierto sosiego de espíritu. Y si de esto último ya no vamos muy sobrados de normal, en estos tiempos de incertidumbre ya ni os cuento.  Y lo del tiempo, otro tanto. Yo creo que en esto nos pasa un poco como a mucha de la gente que se jubila, que se jubilaba, perdón, antes de lo del virus,  que pensaban que eso iba a ser el dolce far niente y de eso nada monada.  Entre las tareas caseras, los nietos, las idas y venidas al centro de salud, a la farmacia, las actividades del club de mayores, etc. etc., estaban más pringados que antes. Pues algo así nos pasa a muchos ahora. Me hace especial gracia, casi diría que me inspiran ternura, por su inocencia, la ingente cantidad de recomendaciones para "no aburrirse" que te llegan a diario desde los medios de comunicación o por las redes sociales: que si el museo del Prado a golpe de clic y en 3D,  que si conciertos en directo, ópera, ballet, teatro... y encima, todo gratis. ¡Pero si no me da tiempo ni a leer las propias recomendaciones! Como para meterme en harina con lo de dentro. Es de locos. Además, muchas de esas actividades programadas suelen ser precisamente a las 18h, justo coincidiendo con mi clase de zumba en streaming. Cachis. En fin. Retomo el hilo, que me disperso.

Bueno, pues como en estas situaciones no vale cualquier libro, si alguien está pensando en leer uno  y no sabe cuál, a continuación recomiendo cuatro que a mi me han gustado especialmente* de los últimos que han caído en mis manos (y que he leído, eso es importante), y un breve comentario personal, no una crítica, sobre cada uno de ellos. Y si alguien se anima con alguno tras leer esto, me alegraré, sobre todo si me lo hace saber. Hala. Ahí va la lista.



En busca del Unicornio, de Juan Eslava Galán

Esta novela corta la encontré hará un par de años en plena calle a dos manzanas de mi casa sobre el respiradero de un garaje. Supongo que alguien la había dejado allí para que la cogiera el primero que se interesara por ella. Estaba medio lloviendo. Me picó la curiosidad, miré la contraportada y me la llevé.  Todavía hoy huele a humedad. Leyéndola se siente uno trasladado al siglo XV, pero no sólo por la historia que cuenta, que es más que entretenida, sino por el lenguaje y las expresiones que utiliza el autor al escribir, que parecen salidas de  la humilde pero florida y graciosa pluma del protagonista, Don Juan de Olid. Una auténtica y singular delicia.



El adversario, de Emmanuel Carrere

Este perturbador libro llegó a mí por el club de lectura de mi mujer, fuente de la que he bebido tragos realmente saciantes, como fue el caso de Stoner o El color de la leche entre otros. Este no te deja indiferente.  Cuenta de una forma muy directa, casi en primera persona, pues el autor tuvo un contacto muy cercano con el protagonista, la escalofriante e increíble historia de Jean Claude Romand, que  hace un año salió en libertad después de 26 años de cárcel por haber asesinado a  sus hijos, su mujer y sus padres. La realidad supera a la ficción. Y este libro es buena muestra de ello, no solo por la historia en sí, que es tremenda,  sino por cómo lo cuenta. Imprescindible.
Por cierto, más tarde vi una película española que se inspiraba en esta historia y que ha mi modo de ver pasó bastante desapercibida. Se titula "La vida de nadie".  Muy recomendable también.



Fin, de David Monteagudo

Encontré esté título en una de esas listas que aparecen en verano.  Sería una calurosa tarde en la que  no sabía muy bien por donde enfocar mi ansia lectora. Y por suerte acerté. Como de costumbre, no era uno de esos títulos que están en primera fila en las librerías. Quizá no sea literariamente exquisito, pero la trama te atrapa desde un primer momento y no te deja respiro hasta el fin. Nunca mejor dicho. Inquietante.



No, mamá, no, de Verity Bargate

Este librito de menos de 200 páginas llegó a mí como el anterior, puede que incluso en la misma lista. No sé cómo presentarlo. Digamos que una mujer joven, casada y madre de dos pequeños, tras tener al segundo, (quizá a causa de la depresión post parto) comienza a ver su vida con tal desencanto y lo cuenta en primera persona de una forma tan descarnada que te deja completamente noqueado desde la primera linea. Imposible dejarlo a mitad. Pequeño pero matón. Muy, muy intenso. 


* A todos los he valorado con un 9 en mi escala personal (y subjetiva, claro). No es una garantía para nadie, pero puede ser un indicio. 

domingo, 29 de marzo de 2020

Cómo sobrevivir en los grupos de whatsapp. La guía definitiva.


Igual me he pasado con lo de definitiva. Pero el que me conoce ya sabe que soy muy de titulares.

Si ya estábamos enganchados al whatsapp antes de que empezara la cuarentena, no hace falta que os diga cómo está la cosa desde entonces. Una locura. Imagino que pasará lo mismo con el resto de redes sociales, pero como yo solo participo en esta, pues de esta voy a hablar. Y en especial, de los grupos, su punto fuerte en mi opinión, pero también el más crítico. 



O sea que vamos al tema ya de una vez. A continuación, a modo de guía para navegantes, me he atrevido a proponer una clasificación en la que se podrían encuadrar la mayoría de las especies que hoy coexisten en las procelosas aguas de ese maremágnum que forman los grupos de whatsapp. Espero que os sea útil.

El rebotador. Este es un espécimen muy común. Admitámoslo. Todos, bastante a menudo, somos rebotadores. Pero al rebotador puro lo reconoceréis porque al inicio de sus mensaje siempre, digo siempre, sale una flechita gris y la palabra "reenviado". Y aun dentro de este conjunto hay grados muy diversos. Desde el más pernicioso, que reenvía indiscriminadamente todo lo que le llega por otros grupos, hasta el que, algo más contenido, se limita a rebotar cosas que al menos tienen alguna relación con lo que se está comentando.

El exhibicionista. Su medio natural es el Instagram y el Facebook, pero también se mueve con soltura en este hábitat. No pierde ocasión de mostrar a todo el mundo la felicidad que embarga cada momento de su vida. No es muy dañino, aunque puede ser bastante empalagoso si se expone con demasiada frecuencia.

El activista. En muchos  grupos, no en todos afortunadamente,  suele haber uno o varios individuos, que a sabiendas de que se encuentran entre personas con tendencias políticas diferentes, no tienen empacho en lanzar acaloradas soflamas contra la agrupación política que no es de su cuerda. Ante esto, la  mayor parte del personal, con buen criterio, suele tener el buen gusto de no replicar. La paciencia, combinada con una buena dosis de indiferencia, suele ser el mejor antídoto.

El atrae fakes. En realidad suele ser una variante del rebotador, pero con una sensibilidad especial, una tendencia natural a la difusión de bulos, fakes y teorías conspiratorias de todo tipo. El no va más de esta clase es cuando se combina con el activista. Un cóctel realmente explosivo.

El inoportuno. Este tipo puede ser en realidad cualquiera de los otros, incluso de los pasivos (los que casi nunca participan). Se manifiesta cuando en medio de una conversación, o justo después de lanzar algún mensaje personal o en el que has puesto especial interés, zas, te corta el rollo con un tema que no tiene nada que ver dejándote con un palmo de  narices. Os ha pasado, ¿verdad? Para evitar esto, recomiendo siempre echar un vistazo al grupo antes de compartir nada nuevo.

El caza vampiros. Es justo lo contrario del atrae fakes, sobre el que se lanza como un águila ratonera en cuanto huele un bulo. Aunque a veces puede llegar a ser un poco pedante, suele ser útil para mantener cierto equilibrio en el frágil ecosistema grupal.

El felicitador feliz. Esta subespecie puede combinarse con todas las demás, pero tiene la particularidad de que suele contar entre sus miembros con muchos de los llamados pasivos que, agazapados en sus madrigueras, esperan la llegada de un cumpleaños para salir exultantes entre tartas, confeti y serpentinas para felicitar al interesado en día tan señalado. No pasa nada, es un tipo aceptado socialmente. Solo que yo, puestos a elegir, prefiero en estos casos una llamadita o un  mensaje personal. Manías mías. 

El creativo. Por definición, sería lo opuesto al rebotador. Acostumbra a aportar contenidos de elaboración propia. A veces es difícil distinguirlo del exhibicionista. Hay que tener cuidado con eso. En todo caso, al menos si alguien se molesta en escribir un mensaje o lo que sea de su puño y letra, qué menos que leerlo.

El adulador. Emparentado con el felicitador feliz suele aparecer, a modo de palmero,  tras la intervención de un activista de su misma manada, con el que comparte las mismas pulsiones pero con menor iniciativa. 

El despistado. Suele recibir antes un burofax que un mensaje de whatsapp. Por urgente que sea. No tiene mala intención, pero a veces es exasperante.

El dictator. Jamás escribe con el teclado. Se limita a hablar por el el micro. Largas parrafadas, por lo general.  Si es por una deficiencia visual, o física, está en su derecho. Pero por vagancia... no tiene perdón. De las dos variantes de este ejemplar, el que te envía directamente los audios es claramente el más fastidioso. Por lo menos  al texto, aunque suele estar lleno de erratas de la transcripción, le puedes echar un vistazo y te haces una idea de que va. En el caso del audio lo mejor es obviarlo directamente y en caso de alegación decir que tienes la memoria llena.

En fin. Probablemente existan muchos más tipos de los que acabo de describir. Al fin y al cabo esto no es un estudio científico. Es solo un divertimento. Y no creo que nadie o casi nadie pueda decir que no se haya infiltrado en algún momento en prácticamente cada uno de todos estos tipos. Yo seguro que sí. En todos. Pero bueno. El único fin de este "estudio" es arrancar una sonrisa a alguien en estos días tan extraños. Y, quién sabe. Quizá también haya a quien le sirva para reflexionar un poco sobre este fenómeno del whatsapp, del que formamos parte, queramos o no.



jueves, 19 de marzo de 2020

Tenemos que hablar

Posiblemente la frase más temible con la que una pareja  puede empezar una conversación. Y más si el que suelta la frase ha propuesto sentarse antes. Y mucho más aun si el que recibe el mensaje no sabe de donde le vienen los tiros, que suele ser lo normal. Es sabido que el efecto sorpresa suele acompañar a cualquier cataclismo que se precie, como el que nos ha caído encima estos días.  Pero no os asustéis, no es de problemas de pareja de lo que quería hablaros hoy, aunque me da que este periodo de convivencia intensiva propiciará  más de un positivo, por usar la terminología desgraciadamente tan de moda en estos momentos. Ya no sé ni de qué quería hablar. Ah sí. De que tenemos que hablar más. Especialmente ahora.

Debe de ser cosa de la naturaleza humana que cuando algo que antes era costoso pasa a ser gratis nos deja automáticamente de interesar. O quizá es que dejan gratis las cosas que saben que van a dejar de interesar a la gente. Quién sabe. Pero centrémonos un poco. ¿Cuantas llamadas hacéis desde el fijo de casa a familiares o amigos desde que son ilimitadas? Cuando vivía mi madre hablábamos todos los días. Desde que me quedé huérfano aun tengo muchas veces el impulso de coger el teléfono y llamarla para comentar cualquier novedad o simplemente  preguntar qué tal van las cosas. En la situación actual, si viviera, seguro que todos los días hablaríamos un buen rato. Desde que empezó todo esto siento ese impulso más a menudo. Y aunque tengo la agenda del móvil repleta de contactos ya casi no llamo a nadie y casi nadie me llama. Me refiero a llamadas importantes. Las que se hacen sin ningún motivo. Solo por estar un rato con alguien que te importa. 

Aunque parezca actual, esta foto la tomé en febrero de 2019. La luz era perfecta.

En realidad tengo unos cuantos amigos a los que podría llamar y de hecho hay alguno con el que hablo más de una vez a la semana. Pero, por qué no nos llamamos más. Claro. Cuando cogemos el móvil, si es que en algún momento lo hemos soltado, cosa rara, tenemos demasiados wasaps que atender o twits que revisar. El correo de la empresa. El particular. El Facebook. El Instagram. Youtube, Netflix,... bueno, lo de las series me lo reservo para otro día. Total que, cómo voy a perder el tiempo hablando con alguien por teléfono -qué cosa más antigua- teniendo todas estas excitantes formas de comunicación en la palma de mi mano. Por qué llamar a alguien para felicitarle por su cumpleaños -seguro que lo pillas en mal momento y lo molestas- si puedes enviarle un wasap. Y además, como te has enterado por alguien que ha felicitado primero en el grupo que compartís - uno no suele estar al tanto de estos detalles- pues envías el mensaje allí mismo y así te unes a la orgía de  confeti, tartas, besos, corazones palpitantes y hasta fuegos artificiales. Es tan bonito. Pues bueno, esto mismo mas o menos sucede con el resto de redes sociales que hay que atender también, claro. Y cuando te has puesto al día en todas tienes que volver a empezar por la primera. Seguro que hay montones de fotos, mensajes, memes o videos superinteresantes que ver y, por supuesto, reenviar -no vaya a ser que alguien se los pierda-. Ah. Estas tecnologías facilitan tanto la comunicación. Me derrito. 

Afortunadamente todavía hay algún amigo, y no siempre de primera línea, que llama para tu cumpleaños. O para Navidad. O incluso un día cualquiera. Y en esos momentos se aplaca al menos por un rato ese vacío, ese que me provoca ese impulso del que hablaba.

Debo de ser un bicho raro. Pero a lo tonto ya hace 6 años de 10 cosas que no soporto del facebook y Por qué me he quitado del facebook,  dos de mis post más leídos donde explicaba en detalle las causas de mi desapego por esa red, que vienen a ser las mismas por las que me estoy hartando del wasap, a pesar de lo útil que es en ocasiones. En Twitter y en Instagram apenas llegué a meterme hace años y las dejé. Por eso no voy a insistir más aquí sobre el asunto. Solo diré una cosa para acabar -parafraseando a la mismísima Lola Flores-:
Si me queréis... llamadme. 
Tenemos que hablar.

lunes, 16 de marzo de 2020

Cuando el río (y la epidemia) crece

Hace sólo una semana, el domingo 8 de marzo por la tarde, estábamos con un par de amigos en la terraza de la casa de uno de ellos tomándonos una cerveza tranquilamente. Con  el Pilar al frente y el Ebro discurriendo tranquilo bajo el puente de Piedra, elucubrábamos sobre el posible devenir del virus sin ponernos muy de acuerdo, pero con cierto relajo, la verdad. Parece que ha pasado una eternidad. Hoy llevamos 3 días en estado de alarma. 

En una semana nuestra apacible vida cotidiana, que ingenuamente creíamos inexpugnable, se ha desmoronado como un castillo de naipes. Hasta el mismísimo Futuro, que algunos veíamos llegar ya con cierto sosiego, ha pasado a un segundo plano (en su momento veremos cómo de maltrecho sale de esta, el pobre) ante la plaga bíblica a la que nos enfrentamos. ¡España en cuarentena por desinfección! Y el resto de Europa y del mundo, más o menos igual, en distintas fases de la misma guerra contra el coronavirus. 

Confiamos en que en unos meses, si todo el mundo arrima el hombro, habremos controlado la pandemia. Pero seguramente tardaremos años en recuperarnos de las secuelas de esta insólita guerra en la que nos hemos visto involucrados así, de sopetón. Lo de la sorpresa es algo que debe de ser bastante habitual en estos casos. Casi nadie se cree que de la noche a la mañana va a ser víctima de una situación como la que estamos viviendo. Siempre tendemos a pensar que eso son cosas que pasan en sitios remotos, a gentes acostumbradas ya a esas calamidades. Pues no. Esta vez nos ha tocado a todos.  De lleno.  

El lunes pasado, cuando todavía se paseaba despreocupadamente por la calle pero ya se empezaba a percibir una sensación de calma tensa, comentábamos con unos compañeros de trabajo las similitudes entre la gestión de la crecida de un río con la de la actual pandemia. La conclusión fue que en ambos casos el asunto consiste en intentar aplanar la curva de crecimiento. Lo que nosotros llamamos "laminar la avenida". En el caso de los ríos se sabe que los desbordamientos que causan graves daños se producen a partir de determinados niveles y también se sabe que no se podrá disminuir el volumen de agua que va a pasar por un determinado punto. Pero con los sistemas de previsión actuales, en muchos casos es posible actuar con la suficiente antelación para reducir el pico de la curva, aplanándola y reduciendo así los desbordamientos y consiguientes daños que se hubieran producido de no haber tomado las medidas adecuadas. Un ejemplo:
Gestión real de una avenida en el bajo Ebro. La curva que se hubiera producido (en rojo) sin las medidas de gestión hubiera tenido un pico de 1800 m3/s, que hubiera generado desbordamientos importantes. Gracias a las medidas adoptadas se contuvo en 800m3/s (curva azul), caudal que se mantuvo durante más días pero no causó ningún daño al mantenerse dentro del cauce. Este es el efecto de laminación.
Como estamos viendo estos días, uno de los objetivos de la gestión de la emergencia sanitaria se basa en el mismo principio de "laminación", solo que en vez del pico de caudal es el pico de infectados lo que se pretende disminuir para evitar que se desborde, no el río en este caso, sino el sistema hospitalario. Os suena, ¿no?

Así que no queda otra que cumplir escrupulosamente las medidas que van tomando las autoridades. La colaboración de toda la ciudadanía es indispensable para frenar el avance de la epidemia. Con calma pero con absoluta determinación. Solo así conseguiremos laminar la infección. 
Quédate en casa.