sábado, 8 de octubre de 2022

Díxame pescá con tú

Si  me hubieran dicho hace tan solo tres meses que me iba a leer una novela escrita en aragonés, así, sin rechistar y sin que nadie me lo mandara, seguramente habría puesto cara de "qué me estás contando". Pero ya sabéis cómo va esto, más vale no decir de esta agua no beberé, porque fácil que al poco estés bebiendo de esa misma, pero a morro.  Pues eso, que no solo acabo de leerme la novela del título, sino que la he disfrutado de principio a fin y, ojo, ¡sin haber tenido que mirar ni una sola vez el diccionario! 

Y os preguntaréis y sino es  igual porque os lo voy a contar de todas formas qué  bicho me ha picado para haberme hecho cambiar así de rumbo. Pues uno de buen tamaño, más grande que yo, al que me arrimé este verano junto a la plaza de toros de Barbastro. Estábamos dándole al jamón y al pan con tomate en un picoteo que se había organizado con motivo del festival BFOTO y empezamos a charrar de una cosa y otra. Entre el vino del somontano, la buena noche que hacía y varias aficiones que vimos que teníamos en común, congeniamos enseguida. 

Así que al día siguiente, rechirando por internet, me encontré con varios escritos de Chuan de Fonz, que es el nombre artístico que Juan Carlos Marco me dijo que empleaba para estos menesteres y, ahí empezó todo. Este Chuan es un fenómeno. Tiene una gracia especial para contar historias realmente divertidas, en las que el uso del aragonés es un elemento fundamental.  Para mi, que nunca me había interesado mucho por esto de las lenguas autóctonas, fue como una revelación.

Y es que leyendo los textos de Chuan me he dado cuenta de la cantidad de modismos aragoneses que reconozco como propios, o al menos me resultan muy familiares, porque los he oído a mi padre, a mis abuelos,  que eran de La Fueva, o a los de mis amigos que eran de Olsón, de Abizanda, de Estada,... Incluso mi madre o mi abuelo Domingo que eran nacidos en Barbastro, usaban también muchas de esas expresiones que hoy sigo usando.  No sé si quien no haya vivido por estas redoladas  entenderá tan fácilmente esta fabla, pero por probar poco perdéis, porque si sí, que casi seguro que sí, ya tos digo yo que tos ferá gozo.

Esta es la novela de Juan Carlos Marco que obtuvo el  Premio de Novela Corta en Aragónes Ziudá de Balbastro en 2018.  Me ha encantado. Aunque el título pudiera hacer pensar a alguien que se trata de un cuentito simple sin demasiado enjundia, de eso nada, es una novela moderna, bien estructurada y con mucha miga. Trata sobre un joven estudiante alemán que en los años 60 se traslada a un pueblo de la baja Ribagorza, donde, aparte de estudiar la lengua propia del lugar, en la que está escrita la propia novela, se enamora de una moza de armas tomar. Las vicisitudes que atraviesan a lo largo de toda su vida sirven para tejer esta emotiva historia sobre la familia, el amor, la amistad que mantiene el interés hasta el final. Y lo bueno es que el aragonés en que está escrita enriquece mucho la propia obra. De alguna manera, el acerbo cultural de las gentes que habitaron estos territorios, que son los nuestros, continua vivo en esas palabras, y seguirá vivo mientras haya quien siga hablando, escribiendo o leyendo estas lenguas. Pero lo mejor de todo es que no hay que esforzarse, solo hay que abrir el libro y empezar a pasarlo bien.