domingo, 4 de julio de 2021

El día del libro del universo

El pasado 23 de abril, aprovechando que se empezaba a poder viajar un poco, nos fuimos mi mujer y yo a dar una vuelta por Barbastro, que ya tocaba. Hacía una mañana fresca y soleada  de esas en las que da gusto estar en el mundo.  Y además, estaban los libreros con sus tenderetes por las aceras, lo que aun le daba más lustre al día festivo. 

En medio de ese ambiente nos acercamos a uno de los puestos y saludamos  al propietario. Era una de las tres librerías de toda la vida de mi pueblo, entre las que, por tradición y amistad, procuro distribuir equitativamente mis escasas adquisiciones bibliófilas. Tengo que reconocer aquí que mi naturaleza poco dada al gasto me ha hecho asiduo de las muchas y bien nutridas bibliotecas que hay en Zaragoza. La municipal del barrio del Actur me cae tan cerca que podría visitarla en pantuflas sin llamar demasiado la atención. Al fin y al cabo las bibliotecarias  ya me tienen como de la casa y yo me siento allí como si fuera la mía, aunque todavía no me he atrevido a bajar con el batín de raso. No me extrañaría que en el palacio de Liria, por ejemplo, amén de un entorno menos familiar, hubiera más distancia entre las habitaciones principales y su hermosa, vetusta y sospecho que poco actualizada biblioteca. 

Pero estábamos en Barbastro, conversando con  nuestro amigo el librero y se me ocurrió así de pronto preguntar por el libro ese del universo del que habían estado hablando esa misma mañana en la radio cuando veníamos en el coche. -¿Del universo? No caigo-. Sí hombre, sí, ese de esta chica de Zaragoza, Irene Vallejo, que ha tenido un montón de premios y... -¡Ah! -El infinito, hombre, -El infinito en un junco-. 


Mira que había oído ese título montones de veces. Pero nada. En fin. Total que me sacó un ejemplar y empecé a ojearlo. Era más gordo de lo que imaginaba. Solo con leer los elogiosos comentarios de J.J. Millás, me quedé convencido. (Cualquier libro que aspire a algo en este país debe llevar unas líneas de Millás en la faja). También puede que me influyera el hecho de que llevaba tiempo sin comprarle ni un boli al hombre. Y quizá también me animó lo que me había dicho antes  mi mujer: -Si se lo pides, lo vas a tener que comprar. Ya lo sabes-. Un día es un día. Así que cerramos el trato  y nos fuimos a tomar un vermú.

Aunque estaba dentro de una bolsa, se notaba que el libro nuevo estaba ahí, apoyado descuidadamente sobre el taburete. Y ese simple hecho le daba un aire mucho más bohemio a la ceremonia del vino y la tapa. Nada que ver. Allí  mismo coincidimos con un colega aficionado como yo a esto de contar historietas y estuvimos hablando sobre nuestros respectivos proyectos en ese ámbito, que por cierto se limitaban a alguna  colaboración en el periódico local y poco más. Pero a pesar de lo modesto de esas perspectivas, con la segunda copa de tinto, el ambiente no era ya solo bohemio, sino abiertamente literario. Lo que hace el vino del Somontano. 

Volvimos a Zaragoza al día siguiente. Yo estaba entonces enfrascado en la lectura de "El camino del tabaco" de Erskine Caldwell, una muy recomendable novela, por cierto, por lo que solo leí el prólogo del "Infinito", reservándomelo para más adelante. Pero cuando pasé por la habitación de mi hijo, que acababa de trajinarse la trilogía de los Pilares de Ken Follet, se me ocurrió la idea de dejarle el libro de Irene Vallejo en la mesilla. A ver qué pasaba. Este tipo de artimañas no  suelen funcionar, la verdad. Pero sin embargo ese día, al cabo de un rato, cuando iba por el pasillo vi encendida la luz del cabecero de su cama y me di la vuelta sonriente y sigiloso, esperando no molestarlo antes de que mordiera bien el anzuelo.  Y vaya si lo mordió. Un éxito.

En estos tiempos, da más gusto ver a un hijo leyendo un libro, que si se lo lee uno mismo. O eso me ocurre a mi. Por eso, cuando veo esa  luz que se escapa por la rendija de la puerta y escucho el susurro de las hojas al pasar, se me pone una sonrisilla bobalicona  y sigo por el pasillo tan feliz como aquél día soleado y fresco.  Aquel día del libro del universo.


Añadido.

Al poco de esto, me topé en mi biblioteca, ya imaginaréis cuál, con un breve libro recopilatorio de artículos de la misma Irene Vallejo titulado El futuro recordado. Me lo llevé a casa pensando que sería un buen anticipo del que compré. Lo leí casi de un tirón. Una maravilla. Cada página, que es lo que ocupa cada uno de los textos, trata sobre un tema de actualidad sobre cuyo fondo, como nos cuenta Irene, dueña de una lucidez y erudición insólitas, ya reflexionaron los clásicos muchos siglos atrás. Se queda uno con ganas de más. Pero no hay problema. Me espera el infinito.