jueves, 18 de abril de 2013

El luminoso regalo de los 51

Pues sí. Ya hace un año desde que, con ocasión de mi 50 aniversario,  me planteaba la penosa disyuntiva de  decidirme entre  un Ipad o una guitarra como regalo. Hoy estoy más que satisfecho de haber elegido la guitarra. Aunque quizá mi familia no pensará lo mismo. El caso es que me han caído los 51, y siendo un número tan poco singular, y después del exceso de la cincuentena, la ocasión no requería de mayores agasajos.

Se dio la circunstancia de que el martes de la segunda semana de abril un antiguo compañero de colegio, de instituto y de residencia universitaria presentaba un libro en la FNAC. Hasta ahí todo normal. El problema era que los dos últimos libros suyos que había comprado los tuve que dejar sin acabar de leer. Y no soy de los que compran libros por comprar. Aunque me cueste, procuro amortizar la inversión a toda costa. Pero como digo, con esos dos no pude. Imposible.

Tapa de la última novela de Manolo Vilas.

A pesar de esos antecedentes, algunas críticas sobre su última novela que hablaban de un giro en su obra, la buena tarde que hacía y que me encontrara casualmente por el centro,  hicieron que me decidiera. Para hacer hora me metí en el Palacio de Sástago, justo en frente de la FNAC, más con la esperanza de encontrar unos servicios donde aliviar mi vejiga que de culturizarme con lo que allí se exponía. Y mira por donde que aparte de no encontrar un WC por ningún lado, me topé con la  monumental y para mi desconocida obra pictórica de Cristóbal Toral. Me quedé anonadado. Ya con aquella sorpresa inesperada tenía amortizada la tarde. Salí del palacio culturalmente satisfecho, pero con una necesidad ya perentoria de ir al lavabo. Me asomé a una heladería smooy y vi el ansiado pictograma al fondo del establecimiento. Salí de allí tan exultante como de mi visita al Palacio.

El acto estaba previsto para las 21h. Me presenté unos minutos antes y me acomodé en la última fila de la sala cerca de la puerta. Un sitio discreto por si se complicaba la cosa. Hice bien en llegar pronto por que al cuarto de hora  todavía no había empezado el asunto y al fondo se acumulaba gente de pie. Al poco vi entrar a María Ángeles, la mujer de Manolo y estuvimos departiendo un poco. Estaba muy guapa y así se lo hice saber. Llegaron por fin los oficiantes y empezó el cotarro. Todo fue muy en la línea que esperaba: alta literatura para literatos. No era mi hábitat natural, estaba claro, pero al margen de ciertas  referencias que no entendí, el acto estuvo entretenido y consiguió que me picara la curiosidad por el libro. Al final me encontré con otro antiguo compañero de residencia, Jimmy, al que no veía desde hacía décadas y que me dijo andaba por Berlín. Me alegró verlo.

Total que, aunque no era mi intención primera, animado por el ambientillo y ante las promesas del propio autor de que este sí me iba a gustar, acabé comprando el libro dedicado con un "...que disfrutes del luminoso regalo...".  Espero que así sea, porque cuando llegué a casa mi mujer y yo convinimos en que ese podía ser mi regalo de cumpleaños. Cuando lo lea, y espero hacerlo pronto, contaré si  he acertado este año como lo hice el año pasado. Y si no es así, te lo haré saber Manolo.