lunes, 16 de marzo de 2020

Cuando el río (y la epidemia) crece

Hace sólo una semana, el domingo 8 de marzo por la tarde, estábamos con un par de amigos en la terraza de la casa de uno de ellos tomándonos una cerveza tranquilamente. Con  el Pilar al frente y el Ebro discurriendo tranquilo bajo el puente de Piedra, elucubrábamos sobre el posible devenir del virus sin ponernos muy de acuerdo, pero con cierto relajo, la verdad. Parece que ha pasado una eternidad. Hoy llevamos 3 días en estado de alarma. 

En una semana nuestra apacible vida cotidiana, que ingenuamente creíamos inexpugnable, se ha desmoronado como un castillo de naipes. Hasta el mismísimo Futuro, que algunos veíamos llegar ya con cierto sosiego, ha pasado a un segundo plano (en su momento veremos cómo de maltrecho sale de esta, el pobre) ante la plaga bíblica a la que nos enfrentamos. ¡España en cuarentena por desinfección! Y el resto de Europa y del mundo, más o menos igual, en distintas fases de la misma guerra contra el coronavirus. 

Confiamos en que en unos meses, si todo el mundo arrima el hombro, habremos controlado la pandemia. Pero seguramente tardaremos años en recuperarnos de las secuelas de esta insólita guerra en la que nos hemos visto involucrados así, de sopetón. Lo de la sorpresa es algo que debe de ser bastante habitual en estos casos. Casi nadie se cree que de la noche a la mañana va a ser víctima de una situación como la que estamos viviendo. Siempre tendemos a pensar que eso son cosas que pasan en sitios remotos, a gentes acostumbradas ya a esas calamidades. Pues no. Esta vez nos ha tocado a todos.  De lleno.  

El lunes pasado, cuando todavía se paseaba despreocupadamente por la calle pero ya se empezaba a percibir una sensación de calma tensa, comentábamos con unos compañeros de trabajo las similitudes entre la gestión de la crecida de un río con la de la actual pandemia. La conclusión fue que en ambos casos el asunto consiste en intentar aplanar la curva de crecimiento. Lo que nosotros llamamos "laminar la avenida". En el caso de los ríos se sabe que los desbordamientos que causan graves daños se producen a partir de determinados niveles y también se sabe que no se podrá disminuir el volumen de agua que va a pasar por un determinado punto. Pero con los sistemas de previsión actuales, en muchos casos es posible actuar con la suficiente antelación para reducir el pico de la curva, aplanándola y reduciendo así los desbordamientos y consiguientes daños que se hubieran producido de no haber tomado las medidas adecuadas. Un ejemplo:
Gestión real de una avenida en el bajo Ebro. La curva que se hubiera producido (en rojo) sin las medidas de gestión hubiera tenido un pico de 1800 m3/s, que hubiera generado desbordamientos importantes. Gracias a las medidas adoptadas se contuvo en 800m3/s (curva azul), caudal que se mantuvo durante más días pero no causó ningún daño al mantenerse dentro del cauce. Este es el efecto de laminación.
Como estamos viendo estos días, uno de los objetivos de la gestión de la emergencia sanitaria se basa en el mismo principio de "laminación", solo que en vez del pico de caudal es el pico de infectados lo que se pretende disminuir para evitar que se desborde, no el río en este caso, sino el sistema hospitalario. Os suena, ¿no?

Así que no queda otra que cumplir escrupulosamente las medidas que van tomando las autoridades. La colaboración de toda la ciudadanía es indispensable para frenar el avance de la epidemia. Con calma pero con absoluta determinación. Solo así conseguiremos laminar la infección. 
Quédate en casa.






4 comentarios:

  1. Buen artículo, esperemos pronto esa laminación. Lo conseguiremos.

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    1. ¡Gracias Pedro!
      Si.Espero que pronto volveremos a correr por ahí. Como siempre.

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  2. Con sensatez y buena disposición por parte de todos saldremos también de ésta. ¡Buen artículo, Ramón!

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    1. Esperemos que así sea lo antes posible. ¡Gracias por tu comentario!

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