Estábamos el otro día ordenando cajones por casa cuando salió a relucir un lote de pequeñas labores de ganchillo que amarilleaban allí desde hacía tiempo. Las más recientes las tejería mi madre, hará unos seis o siete años. Las más antiguas podrían tener más de un siglo, pues habrían salido de las manos de abuelas, tías, bisabuelas, que mi suegra y mi madre habían ido guardando desde niñas.
Qué hacer con todos esos tapetes, pañitos y ribetes hechos a mano por antepasadas nuestras. Mujeres de nuestra familia que vivieron épocas muy distintas a esta y que dedicaron muchas tardes de su vida a esa labor mitad manual mitad espiritual de crear formas geométricas con aguja e hilo. Las imagino junto a la ventana, al calor del brasero en invierno, o en el balcón lleno de geranios en verano, tejiendo para el ajuar de sus hijas, o sus nietas, soñando para ellas un futuro mejor. O quien sabe si reviviendo aquel amor de juventud que nunca llegó a ser. Porque lo bueno de este tipo de trabajos es que, aunque exigen cierta concentración, aquietan el espíritu y permiten dar rienda suelta a la imaginación mientras se ejecutan. Como lo de colorear mandalas, solo que el resultado es mucho más útil y perdurable.
Me encanta
ResponderEliminarGracias, lector/a desconocido/a.
EliminarBuena idea, genial idea y genial tu artículo.
ResponderEliminar¡Gracias Pedro!
Eliminarque lindo....!!! bonito homenaje a esas mujeres, Pilares fundamentales de las familias....
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