martes, 21 de junio de 2022

Verano del 76

Este relato de "humor hiper breve", que presenté con escaso éxito al concurso con ese nombre que se convocó en mi pueblo hace unos meses, cuenta una anécdota estrictamente real que viví a mediados de los 70 en un pueblecito del pirineo donde pasaba unos días con mi abuelo. Puede que no sea gran cosa, pero al menos breve, sí es.


Era una bochornosa tarde de agosto.  Con catorce años, algo de sobrepeso y una clara propensión a la vagancia, todavía no había caído yo en el vicio de la siesta, por lo que a esa hora solía dedicarme a holgazanear por las calles del pueblo donde veraneaba. En eso estaba cuando  vi a una parejita en los veladores de la plaza a la que servían dos cocacolas en dos vasos altos rebosantes de hielo y limón.  El chisporroteante sonido, la melena rubia de ella y millones de dólares en publicidad, causaron un efecto fulminante  en mi córtex cerebral. —80 pesetas, —oí decir al camarero. «Con 150 que tengo me da para 3, pero si…».  Creyéndome dotado de una inteligencia superior, crucé la calle y entré en la única tienda que había por allí. 13 pesetas la botella. «Jajaja. ¡Qué chollo!» —me dije. Al salir, exultante, noté que la temperatura del refresco, que no había pasado por la nevera, claro, no era la óptima, pero bah, tampoco había que ser tan exquisito.



Me refugié del sol en el patio de al lado dispuesto a saciar mi sed cuando me percaté de que me faltaba algo. Aunque no se me daban mal las cuentas, está claro que no era el típico chaval avispado, con recursos para todo, así que no vi otra opción que comprar un abrebotellas. Con mi cocacola cada vez más recalentada metida en un bolsillo de mis jeans de tergal volví a la tienda. Por suerte tenían abridores, aunque… solo de un modelo grabado en relieve y policromado en el que se podía leer "Recuerdo de Ordesa". —No, no hace falta que lo envuelva para regalo, gracias, —dije. 120 pesetas me costó la broma. Mientras apuraba a la fuerza aquel brebaje tibio, apesadumbrado por el estrepitoso fracaso de mi plan, los de la pareja de antes seguían en la terraza riendo tan felices, ajenos al papel que habían representado en la pequeña tragicomedia que acababa de protagonizar, cuyo guion, con alguna pequeña variante, repetiría tantas veces a lo largo de mi vida.


Otras historietas relacionadas:



8 comentarios:

  1. Pero que recuerdo más bonito y más lleno de verdad. Nos creíamos tantas cosas y creo que nos las seguimos creyendo. Hay algo de especial en esa inocencia. Y creo que es así como lo escribes con inocencia, por eso llega tanto.
    Recuerdo en esa época que un hombre que a mí me parecía muy mayor y qué se dedicaba al mundo de la publicidad en una agencia de Sevilla ( era italiano), me dijo que yo tenía cara de anuncio de Coca-Cola. Se lo conté a mis padres y mi padre me dijo muy rápido que me alejara siempre de ese hombre , je je.... mi padre sí que tiene chispa

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias Maite. Tus comentarios son un bálsamo para mi. Y qué bueno lo del publicista y tu padre. JaJa. No sé qué intenciones tendría aquel hombre, pero no dudo de que viera en ti la viva imagen de la chispa de la vida😀.

      Eliminar
  2. Esta anécdota no la conocía...jajajaja

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Jeje. No la había puesto por escrito, hasta ahora. No sé quién eres, pero te agradezco tu comentario y me alegra que te haya echo reir😀.

      Eliminar
  3. Buen relato, Ramón. Merecía el premio. Todos tenemos recuerdos y anécdotas de nuestra adolescencia en los que hemos metido la pata, llevados pir nuestra inocencia e inexperiencia, pero la tuya, además de bien escrita, es divertida y enternecedora.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias por tus amables palabras, anónimo lector/a.

      Eliminar
    2. Pues he sido yo. Y además de lo dicho, quiero añadir que me encanta la ilustración. Qué oportuna y bien traída.

      Eliminar
    3. Gracias otra vez, Pilar. Sí. Busqué fotos publicitarias de la época y esa me pareció muy apropiada😊.

      Eliminar