martes, 12 de julio de 2022

La fábrica de sueños

Mi abuelo era carpintero. Y la primera gran decepción que se llevó conmigo, el hijo mayor de su única hija, debió de ser el día que le dije, siendo yo un crío todavía, que era alérgico a la madera. Naturalmente ningún médico me había diagnosticado de tal dolencia.  En realidad lo que me pasaba era que me  incomodaba enormemente aquel ambiente siempre lleno de polvo de serrín, el ruido de las máquinas y sobre todo, aquel tacto áspero de la madera seca de haya. Si hubiera sido pino, con su fragante aroma a montaña, pero no, era haya seca. Y yo era así de repelente y tiquismiquis de chaval. 

Años 30. El taller de mi abuelo, Domingo Puertas, en su primera época. En las facturas figuraba como ”Fábrica”. Él es el de la izquierda, con chaleco. Su hermano Cándido es el otro con la misma prenda. Los dos que recogen mangos del suelo eran de relleno, para aparentar. Ya funcionaba el márketing por aquél entonces.

Total que el pobre hombre vio claramente que su ojito derecho no tenía ninguna intención de seguir con el negocio familiar. A pesar de esa perspectiva poco halagüeña, seguí siendo su nieto favorito. Y yo continué frecuentando el taller, así lo llamábamos siempre, para cualquier cosa que no fuera trabajar, porque entonces, claro está, aparecía mi supuesta alergia.


Lo bueno del taller era que cuando las máquinas dejaban de atronar y el polvo del serrín se había asolado, se convertía en el lugar perfecto  para idear o construir cualquier cosa. Había montones de herramientas de todo tipo y maderas de todas las formas y tamaños. ¡Incluso había listones y tablas de pino! Con una de aquellas tablas recorté la caja de la guitarra eléctrica con la que actuamos aquel día de la foto. Debía de ser el año 1980. Desde luego aquello no era la obra de un luthier, pero funcionaba y no desentonaba demasiado. Y la había hecho yo, lo que me llenaba de orgullo y satisfacción.


Grupo actuacion lit.jpg
1980. Nuestra primera y única actuación. Una carrera breve pero intensa. De izquierda a derecha: Pepe Canut, Carlos Lueza, Jesús Gracia, yo con mi guitarra casera de color naranja y Juan Carlos Lalueza. 


Otro de los logros salidos de aquel lugar y quizá el que más éxito tuvo fue una bola de espejos, como las que había entonces en las discotecas. En el taller, que también era cristalería y tienda de enmarcaciones, ramas del negocio en las que sí me impliqué durante las vacaciones y demás, había material de sobra. Lo único que necesitábamos era una esfera sobre la que pegar los cuadraditos de espejo que íbamos recortando. Lo más apropiado que encontramos fue un tipo de pelota de plástico que había en aquella época que era hueca y sin presión. Como pelota para jugar era bastante mala porque le dabas dos patadas y se abollaba, pero para nuestro propósito era ideal, pues podías agujerearla (para colgarla del techo) y pesaba poco. La compramos en "El Barato", junto con su cubo, su pala y su rastrillo. Era el kit completo o nada.


En el garito que teníamos en la falsa de la casa de Jorge Pascau funcionó durante varios años y con notable éxito la famosa bola de espejos. ¡Qué guateques montábamos!


Mi padre también trabajaba en el taller, más por las circunstancias, se casó con la hija de mi abuelo, que por vocación de ebanista. Porque él era tratante, oficio que aprendió de su padre, mi abuelo Antonio,  en sus años jóvenes en La Fueva. Su querencia por el asunto le hizo reconvertir el negocio, tras la muerte de mi abuelo, en una compraventa de antigüedades, mueble rústico y restauración. A este último asunto se acabó dedicando mi hermano, que tenía, y tiene,  buenas manos para la madera.


Como es natural, mi padre quiso imbuir en su primogénito aquel espíritu negociante que él tenía. Desgraciadamente también a él lo decepcioné. Por si el hombre no se había dado cuenta de mis escasas aptitudes para el trato, el gitano Pedro se lo dejó bien claro una calurosa tarde de verano.  A regañadientes, acompañé a mi padre a ver algún mueble que el otro quería enseñarle. Nada más verme y tras presentarme mi padre, sentenció: "Este chico no tiene mordiente". Aquellas palabras debieron de caer como una losa sobre  las expectativas de mi progenitor. Yo en aquel momento, aunque entendí perfectamente lo que significaban, no me di cuenta de su verdadero alcance: mi futuro como emprendedor, mucho antes de que se pusiera de moda tal palabra, era nulo. Y así lo confirmaron los años. Jamás he sido capaz de montar ningún tipo de negocio por mi cuenta. No todos valemos para empresarios. Qué se le va a hacer. Pero eso sí, que me quiten lo vivido… y lo soñado aquellos años.



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6 comentarios:

  1. Divertido y real, doy fe. Me ha gustado mucho

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  2. Como siempre he disfrutado mucho con tu relato, gracias!!

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    1. Muchas gracias a ti por tu comentario. Me alegro de que te haya gustado, querido/a amigo/a no identificado/a😀.

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  3. ¡Pero qué maravilla! Lejos de decepcionar siempre ilusiones. Qué forma tan bonita de contar. Tu padre y tu abuelo estarían muy orgullosos de ti. Casi huelo el serrín y escucho los sonidos de tu guitarra y veo los destellos de la bola. Gracias por compartir estas cosas tan bonitas, Ramón🌻

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    1. Muchas gracias de nuevo por tus comentarios, tan halagadores que casi me sonrojan😊. No puedo más que dar gracias a toda la gente que me lee☺.

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