jueves, 15 de mayo de 2014

El sarrio de Wall Street

Hace unos años conocí a un hombre que había amasado una considerable fortuna jugando a la bolsa. A mi eso de la bolsa siempre me ha parecido una cosa bastante enigmática y desde luego completamente ajena a mi talante precavido y poco lanzado para los negocios. Lo que más llamaba la atención de este personaje es que no era ni mucho menos un profesional de las finanzas. Ni siquiera creo que tuviera estudios más allá de la primaria. Eso si,  tenía un instinto especial para invertir en el valor adecuado en el momento justo. O sea, sabía jugar a la bolsa. Y ganaba. Ganaba mucho.

Aunque había oído en alguna ocasión hablar de él  lo conocí ya jubilado de su profesión de chófer al servicio de un organismo oficial. Ni en su puesto de trabajo ni en su vida privada hizo nunca ostentación de su desahogada situación económica. Hasta el último día de servicio estuvo llevando de aquí para allá a funcionarios, algunos de alto rango, que ni en sueños llegarían a tener lo que el bueno de su subalterno había ido  acumulando a lo largo de los años, en sus ratos libres. Más de uno de aquellos viajeros, sabedores de su don, le preguntaban tímidamente que opinaba sobre tal o cual valor, a lo que el respondía sin dudar con algún taxativo "compra" ó "no me gusta" que eran seguidos a pies juntillas por el agradecido jefe como si hubieran sido asesorados por el mismísimo presidente del Banco de España.



El único capricho que se permitió fue una sólida casa de piedra que se construyó para pasar la vejez en su pueblo de toda la vida. Allí me llevó un día un compañero de trabajo que lo había tratado bastante y estuvimos charlando un rato. Cuando nos íbamos, medio en broma,  mi amigo le dijo que de qué le había servido ganar tanto dinero, para qué tanto sacrificio, tanto trabajar y tanto ahorrar  si al final la que se lo iba a gastar todo iba a ser su hija, que era su única heredera. Aun recuerdo su risotada y la respuesta que nos dio con aquel acento de aragonés rudo: ¡JAJAJA! ¡No creo que mi hija disfrute tanto gastando como he disfrutado yo ganándolo! 

Y allí lo dejamos, cortando leña para pasar el invierno.


3 comentarios: