viernes, 14 de febrero de 2025

55 minutos

5:50 a.m. Suena la alarma del móvil de mi mujer. Es una música acariciante, tranquila. Muy apropiada para esas horas. No sé si el resto de la gente se preocupa por estos detalles, pero debería.  Nosotros, lo primero que hacemos cuando ella se cambia el móvil es eso, elegir juntos la melodía que nos despertará durante los próximos dos o tres años. Si eso no es importante, qué lo es. 


Ella suele levantarse un poco antes que yo, entre otros motivos, porque prefiere desayunar sola. Mientras la oigo trajinar por la cocina, disfruto a tope acurrucándome entre las sábanas.  No me despierto del todo. Solo lo justo para ser consciente de esa intensa sensación de plenitud. Y así permanezco quieto,  sonriendo para mí mismo, sabiéndome un privilegiado y gozando sin pudor de ello. 


Al poco, mientras oigo correr el agua de la ducha, el aroma a café y a tostadas se apodera de mí y me impulsa a levantarme mientras decido si me inclinaré por el aceite de oliva o por la mantequilla. Normalmente reservo esta para los sábados y me decanto por el otro entre semana, que escancio generosamente sobre la rebanada crujiente ya refrotada con un diente de ajo con su piel y todo.


Tras la fase salada, paso a las galletas, magdalenas, o cualquier cosa con la que poner un digno fin al  desayuno. En esas suelo estar cuando aparece mi esposa tan fresca y estilosa como para presentarse a un casting de una serie de abogadas de éxito.


─ Vas a llamar la atención de tan guapa, ─le digo sinceramente.

─ A qué fin ─me dice ella, sabiendo que miente, mientras me da un fugaz beso  antes de irse─. Hueles a ajo.

─Tranquila, no pienso besar a nadie más hoy.


Son las 6:45 de la mañana. De una mañana cualquiera. 


6 comentarios:

  1. Ramón! Me encanta como escribes.
    Genial, como siempre, me idéntico con esos despertares!!

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  2. Me identifico totalmente Ramón. Muchas gracias!

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  3. Como siempre Primo, me encanta todo lo que escribes. Gracias

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