A pesar de que casi no tenía tiempo material decidí seguir aquel sabio consejo que un anciano moribundo le dio a su hijo justo antes de expirar: "Charlie hijo mío, no olvides esto: nunca dejes pasar una oportunidad de mear." Había cola para entrar en los lavabos pero se avanzaba rápido. Cuando ya estaba a las puertas vi que el personal se metía indistintamente en el de chicos o chicas. A mi me tocó este último. Entré con el aplomo que da el saberse respaldado por una situación de emergencia. Total, para no llenar ni un frasquito de análisis. Lamentable.
Así que con tan escaso alivio, llegué a la linea de salida casi justo en el momento del pistoletazo, por lo que tuve que salir desde las últimas posiciones. A esto ya estoy acostumbrado, y la verdad es que se sale mucho más tranquilo. Durante los primeros minutos me situé junto a Irina, una de mis compañeras del 7:45 que también debutaba en la distancia. Me dijo que iba a ir a su ritmo y que pensaba acabar en unas 4 horas 40 minutos. La vi tan tranquila que estuve seguro de que iba a conseguirlo.
Es increíble lo fresco y eufórico que se encuentra uno cuando da las primeras zancadas en una carrera. No se si es por la adrenalina, las endorfinas, o por alguna otra sustancia psicotrópica generada por el propio cuerpo, pero el caso es que sale uno como una moto. En esa misma nube debía ir un compañero de equipo, cuyo nombre no recuerdo ahora, ya me perdonará, que estuvo algo más de un kilómetro cantando a grito pelado la canción de Rocío Jurado "Como una ola", ante el asombro y vítores de público y corredores. Y aunque no entonaba nada mal, también hubo algún aguafiestas que vaticinó: "cuando lleves dos horas corriendo no cantarás tanto." Evidente. Conforme pasa el tiempo se van atemperando los ánimos y uno empieza a ver cada vez con mayor claridad donde se ha metido.
Ignacio, un amigo corredor que ahora está en Denver, me dijo una vez que hacer una maratón era como ir de tapas: "hay que beber y comer todo lo que te pongan." Y creo que fue un acierto seguir a pies juntillas su consejo. En el primer avituallamiento, aunque no tenía nada de sed, agarré el botellín de agua y me lo fui bebiendo a pequeños sorbos. Como había uno cada 5km prácticamente me pegué toda la carrera con una botella de agua en la mano, cosa que, para mi sorpresa, no me causó mayores molestias. Un truco que me vino muy bien, y que aprovecho para recomendar, fue que en el bolsillo del pantalón me había guardado un tapón de los de pitorro que salen en los botellines de agua para niños. Cuando cogía una botella nueva se lo ponía y así bebía de forma mucho más cómoda. Y de esta manera, entre trago y trago, fuimos recorriendo los barrios de Zaragoza. Hacía una mañana estupenda.
Durante el primer tercio de la carrera iba viendo a una distancia asequible el globo de las 4 horas, donde iban situados Ascen y Javier, de mi grupo. En algún momento llegué a ponerme a su altura, pero era tal el apelotonamiento de gente que preferí quedarme un poco rezagado y tener más aire fresco. ¡Igualico que los fórmula 1! A partir del km 15, aparte de agua daban también vasos de bebida isotónica y trozos de plátano. Al parecer el nutricionista del que hablé en el primer capítulo no asesoró a la organización en este tema. Me acordé de Rafa Nadal y me fui comiendo y bebiendo despacio todo lo que me ofrecían. A estas alturas, entre el km 20 y el 30, no puedo decir que toda esa mezcolanza de agua, plátano y Powerade me pasara tan suave como cuando te tomas un aperitivo sentado tranquilamente en una terraza, pero certifico que no noté ningún síntoma de indigestión ni nada parecido.
Y así entre la cháchara con Carmelo, el trasiego de botellines, tapones, plátanos y demás, resulta que me había plantado en el km 35 casi sin enterarme. Y para 7 km que quedaban tampoco iba a quedar mal. Eso si, estos últimos se me hicieron mucho más duros que el resto. No es que me topara con el famoso muro, o al menos eso creo, pues en ningún momento me encontré tan echo polvo como para tener que parar, pero si note como una especie de rampa que se iba haciendo más y más empinada cuanto mas me acercaba a meta y que me hizo reducir bastante el ritmo que había ido llevando hasta entonces. Se me hizo largo el final. Pero como a esta alturas ya tenía claro que iba a llegar, pues entre los ánimos de compañeros del 7:45, de familiares, de amigos, y del público en general... al final vi la meta a lo lejos y para allí que me fui.
Ignacio, un amigo corredor que ahora está en Denver, me dijo una vez que hacer una maratón era como ir de tapas: "hay que beber y comer todo lo que te pongan." Y creo que fue un acierto seguir a pies juntillas su consejo. En el primer avituallamiento, aunque no tenía nada de sed, agarré el botellín de agua y me lo fui bebiendo a pequeños sorbos. Como había uno cada 5km prácticamente me pegué toda la carrera con una botella de agua en la mano, cosa que, para mi sorpresa, no me causó mayores molestias. Un truco que me vino muy bien, y que aprovecho para recomendar, fue que en el bolsillo del pantalón me había guardado un tapón de los de pitorro que salen en los botellines de agua para niños. Cuando cogía una botella nueva se lo ponía y así bebía de forma mucho más cómoda. Y de esta manera, entre trago y trago, fuimos recorriendo los barrios de Zaragoza. Hacía una mañana estupenda.
Durante el primer tercio de la carrera iba viendo a una distancia asequible el globo de las 4 horas, donde iban situados Ascen y Javier, de mi grupo. En algún momento llegué a ponerme a su altura, pero era tal el apelotonamiento de gente que preferí quedarme un poco rezagado y tener más aire fresco. ¡Igualico que los fórmula 1! A partir del km 15, aparte de agua daban también vasos de bebida isotónica y trozos de plátano. Al parecer el nutricionista del que hablé en el primer capítulo no asesoró a la organización en este tema. Me acordé de Rafa Nadal y me fui comiendo y bebiendo despacio todo lo que me ofrecían. A estas alturas, entre el km 20 y el 30, no puedo decir que toda esa mezcolanza de agua, plátano y Powerade me pasara tan suave como cuando te tomas un aperitivo sentado tranquilamente en una terraza, pero certifico que no noté ningún síntoma de indigestión ni nada parecido.
Y así entre la cháchara con Carmelo, el trasiego de botellines, tapones, plátanos y demás, resulta que me había plantado en el km 35 casi sin enterarme. Y para 7 km que quedaban tampoco iba a quedar mal. Eso si, estos últimos se me hicieron mucho más duros que el resto. No es que me topara con el famoso muro, o al menos eso creo, pues en ningún momento me encontré tan echo polvo como para tener que parar, pero si note como una especie de rampa que se iba haciendo más y más empinada cuanto mas me acercaba a meta y que me hizo reducir bastante el ritmo que había ido llevando hasta entonces. Se me hizo largo el final. Pero como a esta alturas ya tenía claro que iba a llegar, pues entre los ánimos de compañeros del 7:45, de familiares, de amigos, y del público en general... al final vi la meta a lo lejos y para allí que me fui.
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