Al que no haya visto la película "Zorba el griego" o no recuerde como suena un sirtaki, la danza tradicional griega, le recomiendo que vea y escuche al menos un fragmento del vídeo que he puesto aquí debajo. Para ponerse en situación, más que nada. Y porque vale la pena.
El asunto es que los martes por la tarde solíamos juntarnos a tocar la guitarra un grupo de amiguetes y un día estuvimos ensayando un poco algunos acordes del conocido tema de la película compuesto por Mikis Theodorakis (solo el nombre ya suena a sirtaki). El caso es que a José Manuel, que aunque llevaba poco tiempo con esto de la guitarra se lo tomaba muy a pecho, le gustó enseguida la cadencia casi hipnótica de esa música y allí estuvimos dándole un buen rato. Hasta ahí todo normal.
El jolgorio empezó a la mañana siguiente de ese ensayo, cuando me dirigía al trabajo. Todavía era de noche. Después de aparcar la bicicleta en Económicas estaba cruzando el bulevar de la Gran Vía cuando vi unos metros más abajo al mismísimo José Manuel. Ni corto ni perezoso me dispuse a darle una sorpresa a tan temprana hora. Me aproxime a él por detrás tarareando el "sirtaki" que practicábamos el día anterior. Empecé bajito, pero al ver que no me hacía caso comencé a aumentar el volumen al tiempo que bailoteaba a su lado creyéndome el mismísimo Anthony Quinn. Qúizá llevaba auriculares y por eso no me oía. Ya cantaba a grito pelado cuando le eché el brazo por encima para que se uniera a la fiesta al estilo de la famosa danza cuando le vi la cara por primera vez. ¡Tierra trágame! ¡No era José Manuel! Era un tío que me miraba con cara entre asustada y perpleja. Intenté disculparme atropelladamente, pues estaba algo sofocado por el canto y el baile, pero por su expresión me da que no creyó ni una sola palabra de lo que le decía. El hombre fue acelerando el paso, alejándose de mi, seguramente convencido de que yo era un enajenado que la había tomado con él así, sin más ni más, por puro azar. ¡Dios, qué ridículo me he sentí!
Pero qué magnífico hubiera sido acabar bailando esa danza con un desconocido, con los brazos enlazados, como Zorba y su amigo. En medio de la Gran Vía. Un día cualquiera a las ocho de la mañana.