miércoles, 9 de octubre de 2013

Mi gran carrera griega. Maratón de Zaragoza 2013. (La carrera)

Continua de (El previo)...

A pesar de que casi no tenía tiempo material decidí seguir aquel sabio consejo que un anciano moribundo le dio a su hijo justo antes de expirar: "Charlie hijo mío, no olvides esto: nunca dejes pasar una oportunidad de mear." Había cola para entrar en los lavabos pero se avanzaba rápido. Cuando ya estaba a las puertas vi que el personal se metía indistintamente en el de chicos o chicas. A mi me tocó este último. Entré con el aplomo que da  el saberse respaldado por una situación de emergencia. Total, para no llenar ni un frasquito de análisis. Lamentable.

Así que con tan escaso alivio, llegué a la linea de salida casi justo en el momento del pistoletazo, por lo que tuve que salir desde las últimas posiciones. A esto ya estoy acostumbrado, y la verdad es que se sale mucho más tranquilo. Durante los primeros minutos me situé junto a Irina, una de mis compañeras del 7:45 que también debutaba en la distancia. Me dijo que iba a ir a su ritmo y que pensaba acabar en unas 4 horas 40 minutos. La vi tan tranquila que estuve seguro de que iba a conseguirlo.

En esta foto estamos mas o menos la mitad de los componentes del grupo 7:45 que participabamos en la maratón. Ascen, Irina y yo, que aparecemos juntos en la imagen, eramos algunos de los que  nos enfrentábamos por vez primera a los 42 km.

Es increíble lo fresco y eufórico que se encuentra uno cuando da las primeras zancadas en una carrera. No se si es por la adrenalina, las endorfinas, o por alguna otra sustancia psicotrópica generada por el propio cuerpo, pero el caso es que sale uno como una moto. En esa misma nube debía ir un compañero de equipo, cuyo nombre no recuerdo ahora, ya me perdonará,   que estuvo algo más de un kilómetro cantando a grito pelado la canción de Rocío Jurado "Como una ola", ante el asombro y vítores de público y corredores. Y aunque no entonaba nada mal, también hubo algún aguafiestas que vaticinó: "cuando lleves dos horas corriendo no cantarás tanto." Evidente. Conforme pasa el tiempo se van atemperando los ánimos y uno empieza a ver cada vez con mayor claridad donde se ha metido.

Ignacio, un amigo corredor que ahora está en Denver, me dijo una vez que hacer una maratón era como ir de tapas: "hay que beber y comer todo lo que te pongan." Y creo que fue un acierto seguir a pies juntillas su consejo. En el primer avituallamiento, aunque no tenía nada de sed, agarré el botellín de agua y me lo fui bebiendo a pequeños sorbos. Como había uno cada 5km  prácticamente me pegué  toda la carrera con una botella de agua en la mano, cosa que, para mi sorpresa, no me causó mayores molestias. Un truco que me vino muy bien, y que aprovecho para recomendar, fue que en el bolsillo del pantalón me había guardado un tapón de los de pitorro que salen en los botellines de agua para niños. Cuando cogía una botella nueva se lo ponía y así bebía de forma mucho más cómoda. Y de esta manera, entre trago y trago, fuimos recorriendo los barrios de Zaragoza. Hacía una mañana estupenda.

Durante el primer tercio de la carrera iba viendo a una distancia asequible el globo de las 4 horas, donde iban situados Ascen y Javier, de mi grupo. En algún momento llegué a ponerme a su altura, pero era tal el apelotonamiento de gente que preferí quedarme un poco rezagado y tener más aire fresco. ¡Igualico que los fórmula 1! A partir del km 15, aparte de agua daban también vasos de bebida isotónica y trozos de plátano. Al parecer el nutricionista del que hablé en el primer capítulo no asesoró a la organización en este tema. Me acordé de Rafa Nadal y me fui comiendo y bebiendo despacio todo lo que me ofrecían. A estas alturas, entre el km 20 y el 30, no puedo decir que toda esa mezcolanza de agua, plátano y Powerade me pasara tan suave como cuando te tomas un aperitivo sentado tranquilamente en una terraza, pero certifico que no noté ningún síntoma de indigestión ni nada parecido.

Aquí iríamos por el km 20 o así.  Una de las manías que tengo cuando estoy en una carrera es la siguiente: en cuanto veo  a un corredor mas o menos de mis características que va  a mi ritmo durante un rato, ¡zas! le empiezo a dar palique.  En este caso mi víctima fue Carmelo, un tío muy majo de Alcolea de Cinca con el que compartí mas de media carrera. Un placer.

Y así entre la cháchara con Carmelo, el trasiego de botellines, tapones, plátanos y demás, resulta que me había plantado en el km 35 casi sin enterarme. Y para 7 km que quedaban tampoco iba a quedar mal. Eso si, estos últimos se me hicieron mucho más duros que el resto. No es que me topara con el famoso muro,  o al menos eso creo, pues en ningún momento me encontré tan echo polvo como para tener que parar, pero si note como una especie de rampa que se iba haciendo más y más empinada cuanto mas me acercaba a meta y que me hizo reducir bastante el ritmo que había ido llevando hasta entonces. Se me hizo largo el final. Pero como a esta alturas ya tenía claro que iba a llegar, pues entre los ánimos de compañeros del 7:45, de familiares, de amigos, y del público en general... al final vi la meta a lo lejos y para allí que me fui.





miércoles, 2 de octubre de 2013

Mi gran carrera griega. Maratón de Zaragoza 2013. (El previo)



Después de un verano preparándome para correr mi primera maratón, llegó por fin la semana decisiva. Desde julio  había estado siguiendo un plan de entrenamiento bastante llevadero y del que hablaré en detalle en otro momento. Solo adelanto que el espíritu de ese plan, o la adaptación que hice de él,  podría resumirse en la siguiente frase: "A la maratón hay que llegar fresco, que no crudo".

Así que a siete días para la carrera, ya con todo el pescado vendido,  la duda de si estaría preparado o no empezó a inquietarme de manera insistente. Otra fuente de desasosiego fue que en mi hoja de entrenamientos ponía que esa última semana tenía que salir a correr tres días (a razón de una hora cada día). Como me pareció algo excesivo, ya sabéis, para lo de llegar fresco, consulté al oráculo. El gran Pedro Justes, mi principal mentor y guía espiritual en esto de la corrienda, me dijo que él solo iba a correr un rato el miércoles y el resto de los días a descansar. Dicho y hecho. No hay nada como escuchar los consejos que uno desea oír. Aun así, los cuarenta minutos que troté ese último día se me hicieron mas largos de lo normal y acabé con una sensación de cansancio nada halagüeña. ¿Iba a resistir mas de cuatro horas corriendo si en menos de una  estaba para el arrastre? Preferí no darle muchas vueltas al asunto.

El jueves, para entrar en harina, me presenté en unas charlas que daban  sobre diversos temas para participantes en la carrera. No estuvo mal. Hablaron sobre estiramientos e hicimos unas sesiones prácticas en las que, aparte de comprobar mi nula flexibilidad, aprendí el nombre y ubicación de algunos músculos que solo me sonaban de oídas.

En el mismo foro, el viernes, después de una charla sobre zapatillas, habló un especialista en nutrición. Esperaba con interés oír algún consejo práctico sobre qué comer antes, durante y después de la carrera. Y si, consejos nos dio, pero para mi que tenían mas de teóricos que de prácticos. Que si solo hay que comer productos integrales, incluidos el pan, el arroz y la pasta, que si de embutidos nada y el jamón solo de bellota (¡nos ha jodido!), que si evitar la leche y sus derivados, que si los cereales del desayuno hay que hervirlos antes porque sino son indigestos (o sea, que hay que convertirlos en papilla para bebés), que si el azúcar, chocolate y dulces ni probarlos (con lo laminero que soy), que si nada de agua del grifo, solo mineral, etc. Es decir, lo que se dice una dieta supersaludable, aburridísima y solo apta para bolsillos desahogados. Excesiva en cualquier caso para mi gusto. Porque, como diría mi mujer, tampoco es cuestión de hacerse de 200 años. Pero ya lo que  acabó de desconcertarme fue que pusiera al mismísimo Rafa Nadal como  ejemplo de lo que no hay que hacer mientras se practica ejercicio: comer plátano, con lo indigesto que es. (!?) Volví a casa con mas dudas que otra cosa. Esa noche cené pizza.

El sábado tenía un menú  rico en hidratos de carbono que ya había programado antes de la charla del día anterior: arroz blanco y pechugas rebozadas para comer,  y pan (normal) con tomate y jamón serrano y un poco de queso para cenar. Aparte de fruta y bebida isotónica a discreción . Salvo esto último, me lo comí todo con una ligera aprensión, al contravenir de forma tan flagrante los mandamientos que me habían sido revelados el día anterior.

Y llegó el gran día. Siguiendo la recomendación generalizada, apoyada también por el nutricionista,  había que desayunar bien unas tres horas antes de la carrera. Así que a las cinco y veinte sonó el despertador y me puse al tema. No tenía nada de hambre, pero me comí un par de peras y un bol de leche con colacao y cereales (sin hervir, ¡inconsciente de mi!).  Volví a la cama con intención de dormir un rato, pero entre la tripa llena y los nervios no pude pegar ojo. Afortunadamente en esta ocasión al menos no tuve dudas respecto a la indumentaria: el día se presentaba templado y con el viento en calma, por lo que la camiseta sin mangas de mi equipo, el Grupo7:45,  fue mi única opción. A las siete y veinte ya estaba en la parada del tranvía, donde me encontré con José Ignacio, colega de grupo. Durante el recorrido hacia el Parque Grande se fueron incorporando otros muchos corredores hasta llenar los vagones casi por completo. El ambiente era total.

Junto a la linea de salida nos hicimos unas fotos de grupo y nos deseamos suerte unos a otros. Faltaban solo unos minutos para el pistoletazo cuando me asaltó la clásica duda en estos casos: ¿Debería ir al baño por última vez? . (Continuará)