domingo, 15 de abril de 2012

50 años corriendo. Y, como renunciar a un Ipad.


Pues eso. Que ayer hizo 50 años desde que hice mi entrada en este atribulado mundo. Y para iniciar las celebraciones de tan singular evento lo mejor era empezar el día corriendo.
Así que antes de las 8 de la mañana estaba ya en la calle dispuesto a unirme a la gente con la que suelo entrenar los fines de semana cuando estoy en Zaragoza. Hablo del grupo 7:45. Al grito de "¿Hay sitio?" y tras recibir una unánime respuesta afirmativa, me incorporé al pelotón que se dirigía ya hacia los galachos de Juslibol. Lloviznaba ligeramente y hacía fresquito, pero el viento estaba en calma. ¡Una mañana excelente! 

Normalmente el grupo se va disgregando en otros mas pequeños que van a diferentes ritmos y distancias. Yo suelo encuadrarme en el conocido como grupo "Z", que es el que lleva un ritmo más suave y con recorridos mas cortos, entre 12 y 14 km. Pero ayer, envalentonado por mi ya inequívoca madurez, me uní a unos cuantos que iban un poco más allá y fuimos hasta el puente de Monzalbarba. Nunca me había aventurado tan lejos. Todo el camino discurría por sendas húmedas y mullidas que atravesaban los bosques de ribera junto al río Ebro. Un lugar espectacular para correr.


Total que cuando llegué a casa el Garmin marcaba 19km justos. Mi entrenamiento más largo hasta la fecha. Y aunque iba calado hasta los huesos, me encontraba fresco como una rosa.  Al entrar  me recibieron los besos y felicitaciones de mis hijos y de mi mujer y el delicioso aroma de un chocolate a la taza, que nos ibamos a zampar todos juntos para desayunar. ¿Puede un día empezar de mejor manera?

Pues aun había más. Después del desayuno, en el que por cierto, repetí de todo, me llevaron al salón donde me esperaba mi regalo de cumpleaños. No soy muy dado a permitirme gastos innecesarios. Y menos en estos tiempos que corren. Mi mujer, y también mis hijos, me conocen bien en ese aspecto. Así que estuvimos hablando días antes sobre el asunto. Quedamos de acuerdo en que lo de los 50 (aunque no se si yo mismo) se merecía, algo especial. ¿Quizá esa cámara fotográfica que llevo años esperando? Nada. Todavía no he visto el modelo que me gustaría, tal como expuse hace un tiempo en "Mi cámara ideal". ¿Y que tal un Ipad? ¡Glubs! Pocas veces le hacen a uno una oferta tan tentadora. ¿Que mejor excusa para hacerme con tan deseado juguetito? Pero tras pensarlo un rato lo vi claro. No. No iba a tener un Ipad. Por muy molón que sea. No quiero otro cacharro en casa que al final va a ser, seguro 100%, un nuevo generador de conflictos caseros. Bastantes hay ya, de conflictos y de cacharros. No me da la gana.


El Ipad que no he querido que me regalaran.

A parte de todo, a lo largo de la mañana fui recibiendo bastantes felicitaciones de amigos y familiares. Me hicieron mucha ilusión. Ah, y todas esas felicitaciones, como las cosas importantes de la vida, no costaban ni un solo euro. 

Por cierto, este fue mi regalo:




Un capricho no tan caro como un Ipad, aunque bastante más aparatoso. Pero con muchas ventajas: 
  • Suena mucho mejor.
  • Es mucho más bonito.
  • Dentro de 25 años seguirá funcionando perfectamente.
  • Y ¡No tiene conexión a internet! 


domingo, 1 de abril de 2012

¡Que bien se está sin tele!

Muchas veces he fantaseado con la idea de bajar la tele al trastero y acabar de una vez por todas con las trifulcas familiares y desastres varios que genera este endiablado invento. Si no es por la posesión del mando a distancia,  ese objeto mágico que infunde un poder casi absoluto a quien lo posee, es por los cansinos "espera, que ahora voy" ante las reiteradas llamadas para acudir a cenar, o a comer, o a lo que sea.  Y no solo conflictos. Quizá uno de las efectos mas perniciosos de la TV sea ese irresistible sopor, similar al generado por drogas del grupo de los hipnóticos u opiáceos, que deja a la parienta, o a uno mismo, totalmente fuera de combate antes de que acabe el telediario de la noche. Terrible

Aun con  estas razones y muchas otras mas, que las hay, lo cierto es que poca gente tiene el valor de dar ese trascendental paso: Deshacerse de la tele. Yo no conozco a nadie, pero algún día me gustaría ser parte de ese grupo de liberados, si es que existen.

Todo esto me ha venido hoy a la cabeza por culpa, o mas bien gracias a mi mujer.  Ha decidido aprovechar estos días  en que los críos están, uno con los abuelos, y el otro en un torneo de baloncesto por ahí por Tarragona, para pintar el salón.  
Sin duda, la operación era muy necesaria, aunque, en mi opinión, y creo que en la de la mayoría los de mi género, no parecía algo de una urgencia inaplazable. 

El caso es que nos pusimos manos a la obra. El viernes fuimos a por la pintura y el sábado empezamos con el zafarrancho. He de decir que en todo momento la que lleva el peso de los trabajos,  trasiego de enseres varios, enmascaramiento, pintura en sí, es mi esposa. Yo colaboro en algunas cuestiones logísticas, como ir a por la escalera al trastero, mover algún mueble, arrancar los "cuelgafacil" (que en absoluto podrían llamarse "quitafacil"), enmasillar agujeros, pintar parte del techo, llevar al pequeño a casa de los abuelos a Barbastro, cosa que hice el domingo por la mañana, etc.

Pero a lo que iba. El sábado por la tarde, tras dejar el techo acabado, ya empezamos a disfrutar de lo que era tener todo el salón empantanado y, por tanto, sin tele y sin sofás para repatingarse: Nos fuimos a cenar unos bocadillos por ahí, en una terraza. Tan rícamente. Hacía una noche estupenda. Cuando volvimos a casa, todo el mundo a la cama. 

Y eso fue solo el primer día. Como decía, el domingo viajé a Barbastro a llevar al crío pequeño y regresé después de comer. Según lo que hablaba con mi mujer por teléfono, la primera mano de las paredes del salón ya estaba dada. Ahora solo quedaba esperar hasta el lunes para dar la segunda. Sin niños. Sin tele. Toda una tarde de domingo.