domingo, 1 de abril de 2012

¡Que bien se está sin tele!

Muchas veces he fantaseado con la idea de bajar la tele al trastero y acabar de una vez por todas con las trifulcas familiares y desastres varios que genera este endiablado invento. Si no es por la posesión del mando a distancia,  ese objeto mágico que infunde un poder casi absoluto a quien lo posee, es por los cansinos "espera, que ahora voy" ante las reiteradas llamadas para acudir a cenar, o a comer, o a lo que sea.  Y no solo conflictos. Quizá uno de las efectos mas perniciosos de la TV sea ese irresistible sopor, similar al generado por drogas del grupo de los hipnóticos u opiáceos, que deja a la parienta, o a uno mismo, totalmente fuera de combate antes de que acabe el telediario de la noche. Terrible

Aun con  estas razones y muchas otras mas, que las hay, lo cierto es que poca gente tiene el valor de dar ese trascendental paso: Deshacerse de la tele. Yo no conozco a nadie, pero algún día me gustaría ser parte de ese grupo de liberados, si es que existen.

Todo esto me ha venido hoy a la cabeza por culpa, o mas bien gracias a mi mujer.  Ha decidido aprovechar estos días  en que los críos están, uno con los abuelos, y el otro en un torneo de baloncesto por ahí por Tarragona, para pintar el salón.  
Sin duda, la operación era muy necesaria, aunque, en mi opinión, y creo que en la de la mayoría los de mi género, no parecía algo de una urgencia inaplazable. 

El caso es que nos pusimos manos a la obra. El viernes fuimos a por la pintura y el sábado empezamos con el zafarrancho. He de decir que en todo momento la que lleva el peso de los trabajos,  trasiego de enseres varios, enmascaramiento, pintura en sí, es mi esposa. Yo colaboro en algunas cuestiones logísticas, como ir a por la escalera al trastero, mover algún mueble, arrancar los "cuelgafacil" (que en absoluto podrían llamarse "quitafacil"), enmasillar agujeros, pintar parte del techo, llevar al pequeño a casa de los abuelos a Barbastro, cosa que hice el domingo por la mañana, etc.

Pero a lo que iba. El sábado por la tarde, tras dejar el techo acabado, ya empezamos a disfrutar de lo que era tener todo el salón empantanado y, por tanto, sin tele y sin sofás para repatingarse: Nos fuimos a cenar unos bocadillos por ahí, en una terraza. Tan rícamente. Hacía una noche estupenda. Cuando volvimos a casa, todo el mundo a la cama. 

Y eso fue solo el primer día. Como decía, el domingo viajé a Barbastro a llevar al crío pequeño y regresé después de comer. Según lo que hablaba con mi mujer por teléfono, la primera mano de las paredes del salón ya estaba dada. Ahora solo quedaba esperar hasta el lunes para dar la segunda. Sin niños. Sin tele. Toda una tarde de domingo.

2 comentarios:

  1. Ahora tiras el ordenador por la ventana y a vivir !!!!!

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    1. Eso sería ya la liberación total. Y es lo que habría que hacer si uno aspirara a la santidad. Pero no creo que sea mi caso.. de momento.

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