sábado, 20 de noviembre de 2010

Pobre Ipod

A veces ciertos objetos nos provocan sentimientos que aparentemente sólo deberían fluir entre congéneres o al menos entre seres vivos. Pero lo cierto es que ocurre. Al menos aparentemente. Quien no le ha cogido cariño a ese coche que le ha acompañado fielmente durante años. Un antiguo compañero de trabajo, ya jubilado, se jactaba de querer mas al coche que a su propia mujer. Y, según él, ella  lo sabía. El hombre sufría bastante de la próstata hasta que por fin se operó. Quedó muy contento. En fin. 

Pero de lo que quería hablar era de la pena que me dió un Ipod nano cuando me lo trajeron los Reyes las pasadas Navidades. Lo curioso del caso es que desde hacía ya bastante tiempo, en alguna ocasión, fantaseaba con la idea de poseer ese delicado y superchic juguetito. El problema es que ya tenía un reproductor mp3, mucho mas modesto, que hacía sus funciones y que me había auto-regalado un par de años antes. Dejó de funcionar, así sin mas, poco antes de Navidad. Su cese en el negocio no alteró gran cosa mi existencia; tampoco lo utilizaba demasiado, la verdad. Algunas veces me lo ponía cuando iba al trabajo en bus o andando. Desde que empecé a  ir principalmente en bici, medio inadecuado a todas luces para ir con cascos, su uso empezó a decaer notablemente. El asunto es que unos días mas tarde, casualmente y a modo de anticipado regalo navideño, sustituyeron mi viejo movil  por un nuevo y pequeño Nokia tactil con todas las virguerías que se le podían pedir a un móvil hace un año. Incluidos 8 GB para guardar y reproducir, entre otras cosas, toda la música que quisiera. O sea, que mi ansia por los tecno-gadgets  quedó de lo mas aplacada durante muchos días tras aquel inesperado obsequio. 

Fue el día 6 de enero. Cuando  ya, iluso de mi, empezaba a pensar que iba a salir prácticamente indemne de esos  atribulados días.
Al ver el paquetito rojo y el post it con mi nombre me imaginé un reloj. 
- ¡ A ver que te han traído papi !
 Mientras lo abría su ligereza me hizo dudar sobre mi primera impresión. Y empecé a temerme lo peor.
  -  ¡Un Ipod papi! ¡Que chulo!
  -  ¿Me lo dejarás, porfa? 
  -  El Ipod se lo han traido a papá. A vosotros ya os han traído muchas cosas.
Mantuve el tipo como pude, aunque mi mujer me caló al instante.
 - Que si me gusta cariño. Lo que pasa es que no me lo esperaba. 
Si. En ese momento sentí una pena terrible por el pobre Ipod. 8 Gb de capacidad y cientos de años de avances tecnológicos concentrados en un objeto exquisito, liviano y elegante. Me daba pena hasta sacarlo  del estuche: sabía perfectamente que no lo iba a utilizar. Porque todas sus utilidades y otras mas las llevaba ya en mi bolsillo dentro del no tan elegante pero fiable y funcional Nokia. La bella y la bestia.
- ¡Así podrás escuchar música cuando corras!
Ya me hubiera gustado, pero no hay manera. Lo he probado en varias ocasiones. No solo el Ipod, sino el anterior mp3 y el Nokia, pero no me adapto: los auriculares me molestan y no consigo acoplarme con el ritmo de la música.  Pero bueno, eso es otro tema.

El caso es que ya hace casi un año de todo esto y me ha venido a la memoria porque mi hijo mayor , que finalmente ha sido quien ha utilizado el Ipod, quiere ahora pedirse un móvil táctil a los reyes. Pobre Ipod, otra vez condenado al olvido. Y seguro que con 6 o 7 GB todavía por estrenar.  

Ahora, pensándolo mejor, creo que lo que experimenté esos días hace casi un año, ese sentimiento de tristeza, quizá no fuera por el Ipod. Quizá sentía pena por mi mismo, por mi propia fragilidad ante semejante nimiedad. Por haberme topado de sopetón, una vez más, con la futilidad de esos pequeños objetos de deseo que, una vez en nuestro poder, ya desprovistos de ese lustre que les da nuestro insaciable afán consumista, se convierten en eso: en simples objetos.

1 comentario:

  1. Curiosamente cuando yo entrenaba fondo físico no conseguí correr más de 12 minutos seguidos hasta que no me puse música en un mp3.

    Si no me aburría terriblemente, además con la música podía elegir el orden de las canciones y hacer cambios de ritmo y así llegué a los 50 minutos corriendo...

    ...ahora tendría que encorrerme toda la Orquesta Filarmónica de Viena a gorrazos para hacerme correr, je je.

    Un saludo, Gonzalo

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